⚠️ Advertencia
Este artículo no explica el terror.
Lo invoca.
Contiene fragmentos de meta-terror, imágenes perturbadoras y estructuras diseñadas para incomodar.
Continúa bajo tu propio criterio.
No es la penumbra lo que nos desvela.
Es ese crujido leve cuando todo debería yacer dormido.
Es esa vibración casi inaudible en el aire, como si el tiempo se hubiera desplazado un milímetro sin permiso.
Es la certeza irracional —pero brutal— de que algo que no entiende tu idioma ha notado tu mirada.
Es lo que imaginamos que acecha, respirando justo fuera del haz de la linterna.
Y también lo que sospechamos que ni siquiera necesita pulmones para hacerlo.
Y tú, que has venido buscando cómo escribir relatos de terror, no estás aquí para aprender reglas cómodas.
Estás aquí para ser el médium de lo inefable.
Para narrar lo que jamás debió sentirse.
Para abrir la boca de lo inexplicable… y permitir que te hable desde dentro.
Para generar esta sensación de “algo desde dentro”, basta a veces un detalle (un crujido, una sombra mal ubicada). Haz que el lector dude de su propia percepción.
Bienvenido al túnel.
Este artículo no es una guía con listas de fin de semana.
Es una linterna temblorosa sostenida por una mano que ya no está del todo firme.
Y tú acabas de encenderla.
Vamos a caminar juntos por este pasadizo narrativo —estrecho, frío, con las paredes rezumando humedad y nombres que nadie confesó haber escrito—. Más allá, un murmullo: no lo entiendes, pero él te reconoce.
Ten cuidado. Aquí no damos vueltas por el bosque,
aquí excavamos. Y a veces, lo que desenterramos… ya nos estaba esperando.
“Si retrocedes, lo entenderé… Pero algo seguirá detrás de ti. Siempre.”
Empezaremos por lo que se siente: la atmósfera.
Descenderemos a los sótanos de la psicología del miedo.
Convocaremos a los autores que aprendieron a escribir sin dejar rastros visibles de lo que removieron.
Y sí: leerás microrrelatos.
Pero no se leen: se sobreviven.
Algunos se quedan adheridos. Otros… te siguen.
Prepárate para escribir con la mano temblando.
La penumbra no mata.
Pero cuando aprendes a invocarla… empieza a usarte para multiplicarse.
I. El corazón del terror: ¿qué demonios es?
En mi infancia, algún adulto dijo que mi primer intento de terror fue un cuento de solo dos líneas: "La puerta abierta. Y alguien respirando atrás.". Quizá fue fallido, o quizá demasiado auténtico. A veces, lo más nimio es lo que más nos aterroriza…
No, el terror no es el sobresalto barato de un muñeco que salta tras una puerta.
No es confeti de sangre.
Ni una calavera de plástico con telarañas de pega en un escaparate mal iluminado.
El terror real no se impone. Se cuela por la rendija.
No grita: te escucha.
No aparece: ya está ahí.
Es psicológico, sí —pero no en un sentido superficial—.
Es la erosión constante de la realidad acordada.
Es simbólico. Insidioso. Una duda que rezuma por los poros del lenguaje.
Te aferra por dentro y te hace desconfiar de tus propios sentidos.
Te convierte en cómplice, no porque el texto te ataque,
sino porque te obliga a mirar… y a callar.
Sugiere, no muestres. Deja huecos para que la mente del lector complete con su peor imaginación.
Es esa frase que desajusta sin explicar por qué.
Esa imagen que no es explícita, pero cala.
Esa escena que resbala como una membrana húmeda entre pensamiento y pensamiento,
como si el texto supiera algo de ti que ni tú sabes.
La novelista gótica Ann Radcliffe lo definió con precisión escalofriante:
“El terror es la expectación agónica. El horror, el golpe brutal.
Uno ensancha el alma. El otro la contrae como un puño.”
Y Stephen King, ese observador de miedos cotidianos,
lo formuló con una naturalidad que asusta más que la frase en sí:
“El terror es cuando ves la puerta del armario entreabierta… y oyes algo respirar dentro.”
Pero, ¿y si no está respirando? ¿Y si solo se mueve cuando tú respiras?
El terror literario no te quiere muerto.
Te quiere alerta, alterado, ligeramente disociado de lo real.
Te quiere a las 3:17 AM, con los hombros tensos, convencido de que has leído algo que no debió escribirse.
¿Quieres aprender cómo escribir relatos de terror que sigan doliendo después?
Empieza por admitir esto:
El verdadero terror no se exhibe.
Se susurra.
Se oculta tras la metáfora.
Se infiltra en las costuras de la página.
Y si el lector cierra el libro sintiéndose vigilado… entonces sí,
acabaste de abrir una puerta.
Y ya no eres la misma persona que la cerró.
Microrrelato: “Debajo”
Tiró del brazo de su madre para que mirara bajo la cama.
—Hay alguien ahí —susurró.
La madre, sonriendo, se agachó y apartó la sábana.
Su hijo estaba allí, temblando.
—Mamá —dijo el niño debajo de la cama—.
El que está arriba no soy yo.
II. Modela tu atmósfera: sé un dios oscuro
La atmósfera no se explica: se destila. Se incuba. Se libera en el instante perfecto.
Como un virus que flotara en el aire de una habitación sellada.
Como un hedor que no proviene de ningún objeto reconocible, pero lo invade todo.
No basta con decir que hace frío.
Hay que contagiar al lector con el gélido mordisco que se cuela hasta sus huesos,
acechando lo que todavía no le pertenece.
No basta con mencionar el silencio.
Debes impulsarlo, forzarlo a existir en la mente del lector.
Un silencio casi animal, que parece moverse con voluntad propia.
Haz “encarnaciones” de los elementos: que el silencio parezca devorador, el pasillo un animal dormido. Personifica lo inerte para que sea una amenaza latente.
Escribir terror no se trata de contar lo que pasa,
sino de erigir un espacio donde el lector presienta que algo va a suceder,
pero no sepa ni dónde ni cuándo, ni qué parte de él será la que sufra.
Cada palabra ha de ser una incisión invisible,
un chasquido húmedo que no percibes hasta que ya es demasiado tarde.
Existen frases que describen,
y frases que acechan, como trampas abiertas.
¿Quieres saber cómo escribir relatos de terror que respiren por sí solos?
Primero, pierde el control.
Haz que tu texto sea un lugar donde pueda entrar “algo” que no dominas.
No seas un dios ruidoso.
Sé un dios oscuro. Uno que alienta desde las grietas del lenguaje
y convierte las páginas en estancias selladas con aire viciado.
Fíjate en estos fragmentos.
No son solo metáforas,
son heridas:
-
“Una humedad pegajosa le lamía la nuca, como si las paredes respiraran.”
-
“El silencio se tragó los pasos. Después, los devolvió… distorsionados.”
-
“El polvo flotaba como si guardara un secreto que lleva siglos mirando.”
-
“Las paredes no se movían. Pero se notaba que algo acechaba detrás.”
-
“La luz no era tenue: parecía exhausta. Como si llevara días encendida en otro plano.”
Lo importante no es lo que ocurre.
Es que el lector sienta que lo que ocurre habita en otro plano,
y que su mente lo traduce de manera defectuosa.
Porque el verdadero miedo se adhiere a los sentidos, sí,
pero se anida en los errores de interpretación.
El lector no recordará con exactitud lo que pasó,
pero sí esa tensión insensata, la incomodidad de haber estado en un sitio que no comprendía…
aunque ese lugar lo comprendía a él.
Atrévete a escribir una escena en la que el lector no sepa si lo que oye es real o solo su percepción fallando. Haz que dude de su propia cordura.
Microrrelato: “Debajo de la piel”
Se despertó con picor en la nuca.
No era una picadura. Era algo que se movía.
Frente al espejo, se palpó.
Un bulto. Tibio. Palpitante.
Buscó unas pinzas. Respiró hondo.
Tiró.
Algo salió. Largo. Húmedo.
Una sacudida lo atravesó. Soltó la pinza.
Las luces se apagaron.
Y entonces llegó el dolor.
Violento. Interior. Imparable.
Su cuerpo empezó a convulsionar,
cientos de bultos desgarrando la piel desde dentro, saliendo a la vez, como si siempre hubieran estado esperando una orden.
No gritó.
No por miedo.
Sino porque no quedaba garganta que gritara.
III. ¿Por qué funciona el miedo?
Porque el miedo no avisa. Se instala. Se desliza por entre las costuras de las frases, anida en la nuca, habita lo que no se dice. No necesita justificaciones ni permisos. Solo una mente con la cerradura abierta.
Funciona porque es un idioma más antiguo que todo lo que entendemos. Más primigenio que el fuego. Más veloz que la palabra. Más hondo que la culpa.
Al escribir miedo, no le hablas al lector. Le hablas a su sistema límbico, esa zona que todavía cree que pisar una sombra mal ubicada puede hacer que algo lo muerda desde debajo de la cama.
La neurociencia lo confirma: El miedo enciende la amígdala, inyecta adrenalina, apaga la lógica. Y convierte al lector en un animal acorralado en su habitación.
Y tú —escritor— no eres un guía.
Eres el cazador que prepara trampas invisibles.
Decides cuándo aflojar la cuerda.
Y cuándo apretarla.
Pero hay más: El miedo no es solo primitivo. Es también social. Una ceremonia compartida en la penumbra.
No leemos relatos de terror para salir corriendo. Leemos para quedarnos encerrados en una idea que preferiríamos no mirar a solas.
Queremos que alguien —tú— nos fuerce a asomarnos bajo la cama. Aunque sepamos que allí yace algo que no está esperando… sino recordando.
¿Lo irónico? No buscamos salvación. Buscamos que alguien nos cuente cómo se siente caer. Y qué habita en el fondo cuando el suelo no existe.
Por eso, si te preguntas cómo escribir relatos de terror que realmente funcionen, recuerda: No relatas una historia. Construyes una fractura cognitiva. Un desajuste perceptivo que el lector está dispuesto a aceptar… solo para demostrar que puede soportarlo.
Y él entra solo. Siempre entra solo.
Haz que el lector se “asome” voluntariamente. Dale solo un rastro de migajas; la curiosidad hará el resto.
Microrrelato: “La rendija”
Nunca cerraba la puerta del armario. No por manía, sino por protocolo. Porque la rendija le permitía vigilar el umbral, ese delgado filo donde las cosas cambian de plano.
Anoche la encontró cerrada.
La abrió. Todo parecía normal. Excepto un detalle: Las bisagras estaban húmedas. No empapadas. Húmedas. Como si algo las hubiera lamido desde dentro.
No dijo nada. No encendió la luz. Volvió a la cama, la espalda hacia el armario. Respiración contenida. La memoria intentando borrar que esa rendija no se cerraba sola.
A las 3:17, la puerta volvió a chirriar. Desde adentro. Esta vez no había rendija. Solo oscuridad. Y un olor metálico, helado y ajeno que no era suyo… pero que reconocía.
IV. Autores que dejaron la luz encendida (y aún así temblamos)
Hay quienes se limitan a narrar. Y hay quienes reconfiguran la realidad mientras escriben. Que abren puertas, no para cruzar, sino para dejar algo suelto.
Unos crean historias.
Otros te hacen sospechar de tu mundo cuando cierras el libro.
¿Quieres saber más sobre cómo escribir relatos de terror que te persigan después? No basta con leerlos: tienes que sumergirte en ellos. Con una linterna… y sin garantía de volver siendo el mismo.
H.P. Lovecraft
No escribió “monstruos” en sentido estricto. Escribió la imposibilidad de comprender. Su miedo cósmico no es lo que te ataca, sino lo que permanece indiferente a tu pánico.
El universo, en sus relatos, es una estructura rota y ciega. Y tú, lector, eres el fallo en la ecuación: quien ha visto demasiado. Y ya no puede cerrar los ojos sin ver.
Shirley Jackson
Maestra del “no dicho”. Sus casas no se “embrujan”: emiten un rumor que no alcanzas a oír. Un eco psicológico que vuelve lo cotidiano en un campo minado emocional.
Sus relatos no estallan. Se descomponen con lentitud. Y al final, entiendes que el monstruo no vino de fuera. El monstruo eras tú.
Stephen King
Su terror no es necesariamente paranormal. Es doméstico. Un mal con apellidos heredados, que vive en los suburbios, riega su césped… y entierra algo debajo.
King te mete en recuerdos de infancia y amistades, y cuando te das cuenta, ya te empapó el trauma generacional de un pueblo que calla demasiado bien.
El miedo aquí no te muerde al cuello. Te llama por tu nombre y pregunta por tu familia.
Mariana Enríquez
No necesita inventar demonios ficticios. Solo abre la herida urbana que supura. Barrios rotos, gente perdida. Cuerpos que nadie reclama.
Sus espectros no piden auxilio. Piden justicia. Y la sangre que describe es literal. Es la hemorragia de lo real. De lo que todos evitan ver. Así logra un horror crudo y bello a la vez.
Adam Nevill
No te explica nada. No te da la mano. Te suelta en un bosque. Solo. Sin un mapa, sin puntos de referencia. Con la sospecha de que algo arcaico te ha olido. Y te ha aceptado.
Su narrativa no confía en los sobresaltos. Confía en el tiempo. El suficiente para que empieces a dudar si lees ficción… o si estás recordando algo que jamás viviste.
Conoce a estos autores para absorber su forma de tensionar la realidad. No los copies, pero identifica la esencia que hace su terror único.
Microrrelato: “La silla”
Desde niño, le habían dicho que nunca pusiera nada en la silla frente a la cama.
No ropa, no libros, nada.
Que ese espacio debía quedar libre.
Por respeto.
Nunca preguntó a quién.
Anoche, al apagar la luz…
Había alguien sentado.
De espaldas. Inmóvil.
La cabeza ladeada, como si escuchara algo…
dentro de él.
No encendió la luz.
No huyó.
No pudo.
El miedo lo sentó en el borde de la cama,
como si el cuerpo hubiera decidido rendirse antes que él.
La figura tampoco se movió.
Solo alzó una mano.
Y señaló el colchón.
Justo a su lado.
Sin decir nada.
Él se quedó allí.
En la oscuridad.
Solo.
Desamparado.
Sin escapatoria.
Oyó la madera de la silla crujir.
Una vez.
Y luego otra.
Más cerca.
🕯️ Pausa Macabra
Hay un momento, y no es un sobresalto.
No es una forma tangible.
Es una pausa que no figuraba en el texto.
Ese instante en que el lector deja de confiar en la narración,
donde algo no encaja pero tampoco falla,
donde sobran unos segundos,
un ritmo invisible que ya no es el tuyo.
No es la aparición.
Es el eco de algo que existía antes de que abrieras estas líneas.
Es cuando el personaje acepta lo inaceptable,
y tú, lector, lo aceptas también, sin percatarte.
Ese segundo en que el monstruo deja de ser la criatura…
y se convierte en la estructura.
Es el lenguaje.
Es el trato que firmaste al seguir leyendo.
Y aún así, no cierras el relato.
Porque el buen terror no te empuja:
te seduce.
Te convence de que necesitas saber.
Y cuando lo sabes…
ya es demasiado tarde para no haberlo sabido.
V. Estructura, pero con cuchillas
Claro, puedes usar una estructura de tres actos,
planificar tu punto medio, tu clímax, tu falso final.
Puedes invocar el método del copo de nieve y dejar que tu historia se expanda con geometría enferma a partir de una frase inicial.
Hazlo.
Pero no pienses que estás a salvo.
Porque el terror no se construye. Se corrompe.
No se edifica como una casa.
Se ensambla como una trampa que finge estar vacía.
Un buen relato de terror no debe sentirse limpio.
Debe parecer que algo se movió mientras escribías.
Que alguien añadió una frase.
Un susurro que no recordabas haber tecleado.
El terror no exige perfección.
Exige pulsos.
Latido.
Pausa.
Latido.
Caos.
¿Quieres un clímax?
Haz que se arrastre.
Que no termine en un grito…
sino en un reconocimiento.
Ese instante en que el lector se da cuenta de que lo que ocurre en la historia ya le sucedió.
Pero no lo recuerda bien.
¿Final feliz? Adelante.
Pero que sea una máscara toscamente remendada.
Una tregua falsa.
Haz que el lector cierre el texto creyendo que todo ha acabado…
y, al volverse, se pregunte si dejó abierta alguna puerta.
Así se reconoce un buen relato de terror:
No termina.
Sigue leyendo al lector desde la página en blanco,
y lo escolta hasta el momento de dormir.
Microrrelato: “Oído”
—Papá, ¿puedo dormir contigo?
Era la voz de su hija.
La misma que llevaba seis meses enterrada.
Pero cada noche regresaba. Igual de dulce. Igual de equivocada.
Él no respondió.
Sabía que si decía que sí… la puerta se abriría.
Y no podía asegurarse de que fuera ella quien entrara.
Más tarde volvió a escuchar:
—Papá… por favor. Hace frío aquí.
Él no se movió.
No respiró.
Lloró en silencio, porque una parte de sí —la más rota—
todavía quería abrazar esa voz.
Entonces lo sintió.
La cama hundiéndose detrás de él con un peso inhumano,
como si la tierra misma se hubiera acostado a su lado.
El colchón cedía de forma lenta, aplastante.
Y con él, un olor pútrido. Denso. Pegado a las paredes.
Como si algo hubiera estado descomponiéndose en la oscuridad… esperándolo.
Y luego, justo en su oído,
la misma voz que tanto había amado le susurró,
con un tono exacto pero sin alma:
—Gracias por dejarme entrar.
¿Tienes valor para continuar?
No saldrás igual.
Lo sabes.
Pero aquí viene la verdad que pocos se atreven a decir:
Para escribir terror, necesitas abrir más que un archivo.
Necesitas invocar.
Y a veces… lo que acude no se va con el punto final.
No es solo imaginar monstruos,
es darles voz.
Ofrecerles la tuya,
confiando (sin garantía alguna) en que, al terminar,
aún seas tú.
Porque escribir miedo no es una técnica.
Es una confesión. Un sacrificio. Un descenso.
Y cuando desciendes lo suficiente… el miedo se fija en ti también.
Y si esta vez no has notado nada…
tranquilo.
A veces el miedo no entra por los ojos.
A veces lo hace después, en la ducha,
o al cerrar los párpados,
o al oír tu nombre desde el pasillo,
pronunciado con tu propia voz… cuando tú no hablas.
¿No sentiste escalofríos?
Vuelve al principio.
Esta vez, no estarás solo.
Y puede que ya no seas solo tú.
REFLEXIÓN
Reflexión Relámpago
Escribir terror significa ofrecer tus sentidos a algo que te supera. Significa aprender a seducir al lector con la promesa de un secreto que tal vez no querrá conocer, pero del que ya no puede escapar. Y, sobre todo, significa enfrentar tu propia penumbra para imprimirla en cada palabra.
5 Consejos Express para Aprender Cómo Escribir Relatos de Terror
-
Insinúa, no expongas: El terror anida en lo que el lector imagina, no en lo que le muestras.
-
Crea atmósferas vivas: Vuelve hostiles espacios cotidianos; deja que el silencio o el frío sean personajes más.
-
Juega con el ritmo: Usa frases cortas y párrafos abruptos para golpes de tensión, combina con pausas largas para incubar la ansiedad.
-
El monstruo es el lenguaje: Deja huecos, repeticiones sutiles, señales que el lector interprete como errores o presencias.
-
Ábrete a tu miedo: Tu propia vulnerabilidad es la tinta más auténtica. Invoca lo que de verdad te aterra.
¿Listo para invocar tus propios temores?
Atrevámonos a despertar lo que duerme en el borde de nuestra cordura. Comparte tu primer párrafo de terror (o tu experiencia al escribirlo) y sumérgete en la tinta de tus propias sombras. Porque, como ya sabes… el verdadero terror empieza cuando terminas de leer.
🕯️ Lecturas y recursos esenciales para escribir terror
📚 Lecturas recomendadas
- On Writing Horror – Mort Castle (Ed. HWA)
- Writing in the Dark – Tim Waggoner
- On Writing – Stephen King
- The Horror Writer – Joe Mynhardt (ed.)
- How to Write Horror Fiction – William Nolan
- Where Nightmares Come From – Mynhardt & Johnson
- Writing Scary Scenes – Rayne Hall
- Notes For a Young Writer – Shirley Jackson
🌐 Recursos online y plataformas
📄 Artículos y ensayos clave
👥 Comunidades activas
🎧 También puedes escucharlo en IAdicto Podcast
Locución generada por IA, pero por una muy especial. Dale al play DESPUÉS de leer el artículo o relato y escucharás un análisis bastante peculiar, y no realizado por mí precisamente (ni en contenido ni forma). He aquí el vivo ejemplo de lo que la IA ya está haciendo a día de hoy… Os explicaré cómo funciona en un artículo más adelante
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¡Hola Miguel!
Al fin lo logro.
Bueno, mira que no sé por dónde empezar. ¡Leerte es tan fácil! Es sumergirse contigo, volar contigo, fluye la lectura mágicamente porque atrapa.
Ya te dije que las personas mayores repetimos mucho las cosas y también con descaro, reconocí que es un pretexto esto de la edad, porque siempre he sido así. Sé que sabrás disculparme pero contigo, es inevitable volver a decir, por ejemplo, ¡Pedazo de escritor!
Mira que me metiste de lleno a todo esto del terror. ¡Tantas frases que pude atrapar! Pero de mencionarlas, sería de una dimensión casi como la mitad de tu relato.
Me sorprendes cada vez más y más, siento que me llevas de la mano por Universos que antes nadie me había contado de esta forma. Tus conocimientos y dominios de los temas, me fascinan. Me recuerdas lo que sentía en las clases de Literatura en la Preparatoria. No al profesor, que admiro y gracias a las redes pude encontrar después de tantos años, porque cada ser humano es único e irrepetible. (Ya escribí algo sobre él y su huella en mi vida).
Y bueno, lo que siento ahora es esta magia de llevarme llevar por tus letras a donde quieras, a donde sea entre tantos terrenos que dominas ¡Y de qué manera!
Te puedo imaginar también en una conversación. Segura estoy de que eres tremendo conversador, ameno como pocos. Yo frente a ti no podría más que escucharte y escucharte.
Este terreno del terror es algo a lo que no creo que podría acceder. Espera a que te lea Ana Piera, para ella seguro esto va a ser de tanta utilidad como las imágenes. IA. ¡Son ayudas para tantos!, todo esto habla también de que estamos frente a un hombre muy generoso. Y pensar que podrías ser mi hijito o mi hermanito menor, me llena de orgullo, también de un gran agradecimiento.
El terror a mí no se me daría, creo que porque todo eso no me da miedo. (¿Será?) Podría decir que me aterra la violencia, que un ser pueda lastimar a otro sin piedad, eso es lo que me aterra. Aunque algunos blogueros han escrito algo sobre ese género y sí me ha gustado, pero… No siento miedo. Aunque comience a llamar mi atención de alguna manera.
Pero lo que es esto que tú nos regalas a todos estoy totalmente segura que lo van a aprovechar y te lo van a agradecer.
Gracias por estas huellas que me estás dejando, Miguel. Lo siento, pero lo digo a título personal. Te dejo un abrazo muy grande y muy sentido.
¡Maty! Me emociona leerte, y no solo por todo lo que dices (que ya de por sí me deja sin palabras), sino por cómo lo dices. Hay algo en tu forma de expresarte que convierte cualquier comentario en un abrazo real.
Y sobre el terror… no, no hace falta que te dé miedo. Lo importante es que tú misma ya lo has dicho: no es lo tuyo, no conecta contigo desde esa emoción. Y eso no es un obstáculo. Es simplemente otra sensibilidad, igual de poderosa. Porque tú percibes otras grietas, otros temblores: los de lo humano, los de la violencia injustificada, los que a muchos les pasan desapercibidos pero a ti no. Y desde ahí también se puede escribir cosas que remuevan.
Eso sí, el terror como género sí busca eso: alterar, inquietar, crear tensión emocional, a veces desde el silencio, a veces desde lo visceral. Si no hay intención de provocar esa incomodidad, no hablamos de terror. Pero tampoco pasa nada. No todo el mundo necesita entrar en esa cueva para escribir con intensidad. Lo importante es desde dónde se escribe. Y tú escribes desde un lugar muy vivo. Muy despierto y emocional, tienes un don ahí, amiga.
Lo de ser generoso… yo solo comparto lo que me obsesiona, lo que me ronda la cabeza, lo que considero útil o incluso valioso. ¿Qué sentido tiene guardarte las cosas? Con que le valga a una persona ya ha valido la pena. No me gusta cuando la gente se guarda las cosas, cuando acumula conocimientos como si fueran trofeos. Prefiero compartir, abrir puertas. ¿Para qué otra cosa están, si no? Y lo bonito es que hay personas —como tú— que también hacen eso: acompañan, leen con alma y dejan huella en los demás. Y sé que no soy el único que lo percibe y lo agradece.
Ah, y no te creas eso de que soy un conversador incansable. Me encanta escuchar, mucho más que hablar. Disfruto las conversaciones reales, compartidas, no los monólogos míos (los de otros sí, cuando conectan conmigo). Así que si algún día coincidimos, prometo escucharte con los ojos abiertos… y el alma bien despierta.
Gracias por estar, por decir, por sentir así. Y por todo lo que dejas cada vez que compartimos.
¡Un abrazo enorme!
Hola, Miguel, ya tienes hasta podcast, ¿has pensado en abrir un canal en Youtube? Yo también probé lo de la voz con IA, pero al final usé la mía para algún vídeo leído, etc., no tengo la IA de pago para poder descargarla.
Me ha parecido un artículo buenísimo, y ambientado con los microrrelatos te ha quedado redondo. No he leído todos los microrrelatos, ya sabes, pura sugestión, pero el primero "debajo", me ha encantado. Las palabras justas y creas miedo, perfecto.
Y me ha hecho gracia lo de que las palabras son el monstruo, jajajaja, una buena metáfora, pero es que es verdad, tienes toda la razón. En los relatos de suspense, miedo, terror, etc., no hay efectos visuales o sonoros que puedan volcar y mostrar el miedo tal cual, se tienen que usar muy bien las palabras para que estas produzcan miedo, entonces sí, literalmente hablando, las palabras deben ser el monstruo. El monstruo que te entre por los ojos, se cuele en tu cabeza y comience a mordisquear tus sesos como si de un ser de otro planeta que se ha colado en tu interior fuera. Si comienzas a leer rápido, notas palpitaciones y oyes gemidos por toda la casa, agárrate porque el monstruo de las palabras ha aparecido…
Un contenido muy útil, piensa en lo del canal de youtube.
Un abrazo. 🙂
¡Merche!
Sabía que leer tu comentario sería como entrar en una habitación con la luz tenue pero con buena compañía. Me encanta cómo recoges la idea de las “palabras como monstruo” y la llevas todavía más allá, hasta ese ser que se mete en tu cabeza y empieza a mordisquear desde dentro… ¡Eso sí que da miedo del bueno! Y lo describes con tanta gracia que me has sacado una sonrisa (de las que no se ven, pero se notan en el pecho).
Lo del canal de YouTube… te confieso que lo he pensado, sí, pero entre el blog, las circunstancias, que cambian de un día para otro, y todo lo demás, tendría que clonarme o invocar un par de versiones paralelas de mí mismo. Aunque quién sabe… si al final las palabras pueden con todo, a lo mejor también me acaban empujando ahí.
Gracias por pasarte, por leer, por comentar con tanta chispa (y tanto sentido), y por eso que haces tan bien: convertir una lectura en un encuentro.
Un abrazo enorme y monstruosamente agradecido.