Cuando el Miedo Mató a la Eternidad

El aire olía a tormenta, aunque el cielo seguía despejado.

El reloj de Edgar tembló. Un tic fuera de lugar. Se detuvo. Volvió a andar. El aire se torció un segundo. Luego nada. Él lo miró. Algo no encajaba. El tiempo dudaba.

En algún punto del mundo, algo imposible había ocurrido.

Por primera vez en la historia de su especie, un hada había cruzado el velo y se había manifestado ante un humano.

No como un destello fugaz en el rabillo del ojo. No como una presencia etérea oculta entre los pliegues del mundo. Sino así, tangible, en medio de su habitación.

No debería estar aquí.

No debería existir ante él.

Pero allí estaba.

Y en su insondable mirada brillaba algo más que curiosidad.

Por incontables siglos, su especie había sido eterna, incorruptible. La muerte les era ajena, un enigma que observaban desde lejos, pero nunca podían tocar. Hasta ahora.

Porque en Edgar, el hada vio la grieta.

—No entiendo la muerte.

La voz no sonó en el aire, sino dentro de su cabeza. Un susurro hueco, sin resonancia.

Edgar se echó hacia atrás, golpeando la mesita de noche. Un vaso cayó al suelo y se hizo añicos, pero el sonido pareció distante, como si hubiera ocurrido en otra realidad.

—¿Qué… qué eres? —logró articular, aunque su garganta estaba seca.

El hada inclinó la cabeza. Su cabello flotó, ingrávido.

—No entiendo. La carne se enfría, los ojos se vuelven opacos, pero… algo más ocurre. Algo se va. Algo deja de estar.

Su voz era un pensamiento que no debía existir en su mente. Edgar sintió un escalofrío deslizarse por su columna, como si algo invisible le rozara la piel.

—Yo… yo no sé nada de eso.

—Sí lo sabes —respondió ella, dando un paso hacia él. Sus pies no tocaron el suelo, pero la madera crujió como si la casa misma la rechazara.

Edgar notó cómo su piel se estremecía. No creía en hadas, en espíritus ni en seres de otro mundo. Nunca lo había hecho. Pero su cerebro se aferraba a esas palabras porque la alternativa era peor. La alternativa era que el universo no tenía sentido y que algo incomprensible lo observaba con una curiosidad insaciable.

—Aléjate —susurró.

El hada no se movió.

—Nosotras no morimos. No como vosotros. No desaparecemos. No cesamos. Solo cambiamos.

Edgar sintió el pánico atenazarle la garganta, dejándolo sin aire.

—¿Qué quieres de mí?

Tú entiendes la muerte. Muéstramela.

La frase lo golpeó como una sentencia.

Edgar sintió que el suelo se hundía bajo sus pies. Todo en su interior le gritaba que corriera, pero sus miembros no respondían. El vértigo lo mareó mientras el instante se estiraba hasta volverse insoportable. Quería correr, gritar, pero sus piernas eran plomo y su voz un nudo en la garganta.

¿Por qué él? ¿Por qué ahora?

La madre de Edgar volvió a él. Su rostro pálido. Los ojos vacíos. No lo despidió cuando murió. Él no llegó a tiempo. La dejó sola.

El teléfono sonó esa noche, pero no contestó.

La culpa lo mordió entonces.

Lo muerde ahora.

Esta cosa lo sabe.

Lo desentierra.

Lo obliga a mirar.

No es justo.

Pero el miedo habló más alto, un rugido que ahogó la razón.

Sus manos temblaron al rozar la lámpara de la mesita; por un segundo dudó, los dedos crispados sobre el metal frío, hasta que el pánico lo empujó al borde.

La estrelló contra ella con un grito ronco, más de rabia que de terror.

El vidrio se hizo pedazos, el metal golpeó algo… y por un segundo, Edgar creyó que nada pasaría.

Pero el universo lloró.

Los fragmentos de la lámpara quedaron suspendidos en el aire, cada esquirla brillando con luz propia. Las sombras en las paredes se retorcieron como serpientes, despegándose de los rincones para danzar alrededor del hada herida.

Ella se arqueó hacia atrás, un chispazo de luz vibrando en su interior. Su piel etérea comenzó a fracturarse, pero esta vez la realidad misma se partió con ella: grietas negras serpenteaban por el aire, de ellas brotaba un brillo púrpura que quemaba sin calor.

¿Qué has hecho? —susurraron todas las cosas a la vez. La cama, el espejo, hasta el polvo en el suelo.

El hada alzó las manos hacia las grietas, y fue entonces que el mundo sangró.

Gotas de oscuridad espesa cayeron del techo, perforando el suelo como balas. Los muebles flotaron en ángulos imposibles, desobedeciendo la gravedad con furia geométrica.

En el espejo del armario, Edgar vio su reflejo descomponerse: primero perdía los ojos, luego la boca, hasta quedar solo un vacío con forma humana.

Ahora lo entiendo —dijo el eco, pero no provenía del hada.

Venía de las grietas.

De las sombras.

Del reloj que dejó de latir en su muñeca.

Y antes de que el grito escapara, el miedo lo arrastró hacia la fractura central, donde incontables manos hechas de estrellas muertas lo desarmaron átomo por átomo.

La Muerte no lo tomó… lo rehízo pieza a pieza, carne viva para el banquete de lo innombrable.
El aire olía a tormenta.
Pero esta vez, no había cielo para anunciarla.

 



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Mercedes Soriano Trapero
26 de febrero de 2025 07:44

Hola, Miguel, cuánta carga filosófica y transcendental tienen tus relatos, te remueven por dentro (de eso se trata, ¿no?). Te azotan, te aceleran y te dejan pensando, en el propio relato y en lo que has querido plasmar… Creo que tus relatos, ya te lo he comentado alguna vez, son de doble lectura, porque en la primera lectura te dejan "magullada" y es necesario volver a leer para comprenderlo mejor.
También creo que el concepto de hada que tenemos los dos es diferente, pero no, tranquilo, no te voy a proponer otro duelo literario, está claro que los personajes fantásticos se pueden utilizar como se quiera, al fin y al cabo no existen.
Un abrazo. 🙂

Ric
Ric
26 de febrero de 2025 14:06

Hola Miguel

Ya veo que ahora estas con los relatos, ya sabrás que por aquí hay grandes escritores de ello, como nuestra compañera Merche.
Bueno, la historia es que como bien sabes, ahora estoy montando el estudio acá en Colombia y no tengo todavía infraestrucura para poder atender a mi comunidad, entre las que os incluyo, pero volveré pronto a seguiros al mismo nivel, ¡saludos a los dos! 👍

Cabrónidas
26 de febrero de 2025 19:13

Es de veras onírico, muy en plan David Lynch.;)

Beatriz Moragues
20 de marzo de 2025 20:44

Hola, Miguel. Qué maravilla de relato, me ha mantenido en tensión todo el tiempo. Seguro que las hadas, desde el País Borroso, también lo habrán leído 😁

Un abrazo 🤗

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