El aire vibraba con una cadencia imposible. No era sonido ni movimiento, pero lo atravesó como un escalofrío. Su respiración se agitó. Intentó avanzar, pero cada paso se sentía ajeno, como si la gravedad misma hubiera cambiado.
Los colores se desplegaban en tonalidades irreales: dorados líquidos que serpenteaban entre columnas de piedra viva, mientras el cielo, vasto y profundo, ardía en matices de índigo y carmesí. Un aroma extraño impregnaba el aire: tierra mojada, resina ardiente y un leve rastro metálico, como el aliento de la tormenta antes de estallar.
Entonces los vio.
El templo se alzaba en el horizonte, inmóvil, como si siempre hubiese estado allí. En su centro, un monje de ojos insondables contemplaba una pluma suspendida en el aire, pulsando con matices cambiantes. Junto a él, una mujer de rostro eterno tejía con hilos invisibles, dibujando formas efímeras en la nada.
Otras presencias se movían con calma, seres ajenos a la lógica que parecían existir en un compás distinto. El suelo, al pisarlo, no cedía bajo su peso; parecía hecho de algo que no se medía en materia, sino en recuerdos.
Un vacío le estrujó el pecho. Su mente estaba en sombras, pero sus pies recordaban el camino.
El monje alzó la pluma y le indicó que se acercara.
—Has llegado hasta aquí por instinto.
No fue un susurro ni un sonido, pero las palabras florecieron en su mente como si hubieran esperado ser oídas. La pluma flotaba entre ellos. No sabía por qué, pero la reconoció. No por haberla visto antes, sino por haberla sostenido en incontables vidas.
—Cada vida es un hilo —murmuró la mujer—. Cada decisión, un nudo.
El peso de esas palabras se aferró a su pecho. Quiso hablar, pero no encontró preguntas. Solo una certeza creciente, un vértigo imposible.
El monje alzó la pluma. Por un instante, todo pareció suspendido en el tiempo.
Luego, la dejó caer.
Despertó.
El techo era el mismo. La ventana, la misma. Y, sin embargo… algo se había roto.
Bocinas lejanas. Una ambulancia. Una risa infantil.
El mundo seguía su curso, indiferente. Pero él no.
El aroma del incienso se disipaba en su memoria, desdibujado por el murmullo cotidiano. Quiso aferrarse a algo, a cualquier prueba de que lo vivido había sido real. Pero no había nada. Solo la certeza de un eco que se negaba a desvanecerse.
Las risas de sus hijas irrumpieron en la habitación, quebrando el silencio. Una de ellas agitaba las manos en el aire, dibujando formas invisibles con la misma destreza de la tejedora del sueño.
Se quedó mirándola. Y entonces lo vio.
La pluma.
Un objeto insignificante: de plástico, azul, probablemente caída en el parque. Pero tenía las mismas marcas que la de la caverna.
Su hija la levantó. —Papá, ¿esto es magia?
Trazó un arco en el aire. El mismo gesto que él había hecho milenios atrás, en la caverna.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Sintió un sabor extraño en la boca. Un vestigio de algo antiguo y perdido: cenizas ancestrales mezcladas con el dulzor del yogur de fresa que acababa de comer.
Es… memoria, pensó. Pero no lo dijo en voz alta.
Su hija rió y salió corriendo, dejando la pluma sobre la mesa.
Él la observó en silencio. No se atrevió a tocarla.
Despertó otra vez.
El olor a humo y piel curtida lo envolvió.
La caverna.
Las paredes rugosas lo rodeaban, cubiertas de líneas que él mismo había trazado. No eran simples dibujos. Eran hilos. No con tinta, sino con voluntad.
Sus manos, teñidas de pigmento, se movían solas. Cada trazo dejaba un rastro invisible que vibraba en el aire, uniéndose a otros. A los suyos. A los de antes.
Los rostros a su alrededor eran sombras expectantes. Sus miradas perforaban su piel como agujas del tiempo. No sabía cómo, pero reconocía cada par de ojos.
Bajó la mirada. Sus dedos temblorosos trazaban símbolos en la piedra.
Un instante. Una fracción de segundo en la inmensidad del tejido.
Y vio el hilo de su propia existencia entrelazándose con las demás.
La imagen de su hija apareció, fugaz. Su risa, la pluma en sus manos, el movimiento inconsciente con el que tejía en el aire.
La certeza lo golpeó con una fuerza insoportable. Siempre había sido el tejedor.
Pero… ¿quién decidía qué se tejía?
El vértigo lo envolvió. Si cada vida era un hilo, ¿qué lo separaba de las otras hebras del telar?
Cerró los ojos, pero la oscuridad no trajo descanso.
Solo más preguntas.
No supo si reír o llorar.
Porque, en el fondo, ya conocía la respuesta.
Epílogo: La Pluma en Tu Mano
El lector cierra el libro. O apaga el dispositivo.
Un escalofrío repentino.
Entre sus dedos –no sabe cómo– descansa una pluma diminuta.
El aire huele a resina ardiente.
La sostiene sin atreverse a soltarla.

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Y la historia se repite…, quién tenga esa pluma, se convierte en el tejedor de historias, ¿no? Lo he entendido bien, ¿?
El ritmo final es tan frenético que desde que la niña hace ese movimiento con la pluma hasta el final se me agolpan las palabras en el cerebro.
Me encantó la frase: un vacío le estrujó el pecho. Perfecta, con gancho y directa al corazón.
Muy bien escrito.
Un abrazo. 🙂
¡Buenos días!
¡Buenos días, Merche! 😊
Lo has entendido a la perfección. La pluma no es solo un objeto, es un testigo, un legado… y quien la tiene, inevitablemente, forma parte del entramado. Me encanta que hayas sentido ese ritmo frenético al final, porque justo buscaba transmitir esa sensación de vértigo, como si el protagonista (y el lector) se quedaran sin aliento al comprenderlo todo.
En este relato he usado realismo mágico y narrativa simbólica, difuminando la frontera entre lo real y lo onírico. Quería dejar una sensación de misterio y continuidad, como si el lector también pudiera estar dentro del ciclo. A veces lo más complejo es saber si he logrado el equilibrio entre ambigüedad y claridad. En otros relatos la ambigüedad es intencionada, pero en este caso no quería que lo fuera demasiado.
Gracias por leerlo y por compartir lo que te ha hecho sentir. ¡Un abrazo enorme! 🤗
Hola Tarkion, una historia sorprendente. Destaco las descripciones que son hermosas y evocadoras. Luego, las sensaciones que el protagonista va teniendo y que junto con los sueños y el elemento de la pluma le hace ver su verdad. Me hace pensar en la gran responsabilidad que debió sentir y esa duda de saber ¿quién decidía lo que se ha de tejer? Me gusta que entre todo lo místico y mágico hay elementos cotidianos o mundanos que de alguna forma anclan el relato a nuestro plano y lo hacen todavía más inquietante. Por supuesto el final es de lo mejor y nos deja helados imaginando… Muy bueno, te felicito. Ana Piera.
¡Hola, Ana! Me encanta cómo has conectado con la esencia del relato. Precisamente quería jugar con esas sensaciones, la responsabilidad silenciosa y la conexión entre lo onírico y lo real a través de detalles como la pluma. Como dices, descubrir nuestra verdad puede ser algo que nos marque profundamente. Me alegra que las descripciones te hayan resultado evocadoras; buscaba precisamente ese efecto, un pequeño viaje entre sueños y realidad. ¡Gracias por tu comentario tan profundo y generoso!
Hola Tarkion, que historia tan bonita, será que en parte todos somos tejedores? Me gusta mucho todas las descripciones, creas un ambiente muy acogedor, leo y me adentro en la historia.
La pluma es la clave, quien la tiene es el tejedor.
Muy buen relato.
Un abrazo!
¡Hola, Dakota! Qué bonita reflexión haces. Creo que sí, todos tenemos un poquito de tejedores en nuestro interior, cada uno entrelazando hilos de experiencias, decisiones y emociones que forman el tapiz de nuestra vida. Me alegra que hayas sentido el ambiente cálido y acogedor: un entorno en el que lo mágico y lo cotidiano se rozan, como con esa pequeña pluma. Muchas gracias por leerlo con tanto cariño y compartir tu reflexión, que es un verdadero regalo. ¡Un abrazo!
Hola, Miguel. Me ha gustado mucho tu relato. Esa mezcla de magia y realidad me ha encantado. Me ha hecho pensar, sobre todo al principio, en los sueños lúcidos. Y me ha llegado especialmente lo de: "Siempre había sido el tejedor. Pero… ¿quién decidía qué se tejía?". Es la vida misma. Tú escribes, pero quién o qué ha puesto esa vocación o necesidad en ti. Quién ha decidido que tienes que juntar palabras y crear historias. Quién ha decidido que tienes que tejer eso y no cualquier otra cosa. Y sobre todo, Miguel, quién ha decidido que escribas tan, tan bien, porque yo lo quiero saber 😁 Un abrazo fuerte!!
¡Beatriz! Qué alegría leer tu comentario. Me encanta que te haya hecho pensar en los sueños lúcidos, porque esa frontera difusa entre lo real y lo intangible es justo el lugar donde esta historia quería habitar.
Y lo que dices sobre la pregunta del tejedor… ahí está el verdadero misterio, ¿no? Creemos que elegimos, que tomamos la pluma y tejemos nuestro propio destino, pero ¿y si solo seguimos un hilo que ya estaba trazado? Esa duda nos persigue, en la escritura y en la vida. Me has hecho replanteármelo de nuevo con tu reflexión.
En cuanto a quién ha decidido que escriba, creo que es algo que siempre ha estado ahí, como si las palabras hubieran tejido su propio camino dentro de mí. No sé si es elección o instinto, pero dudo que pudiera hacer otra cosa.
Y sobre los sueños lúcidos, quizá por eso lo onírico pesa tanto en mi forma de ver la vida y la escritura. Hace meses tuve uno con ese templo… aunque no estaban el monje ni la mujer, solo un niño. Pero los colores, madre mía, los colores… Cuando desperté, intenté describir esa belleza, pero aún hoy no encuentro las palabras. He tenido muchos en mi vida, incluso algunos inducidos, y son regalos que llegan de vez en cuando, como si vinieran de otro lado. Quizá por eso, escribir a veces se siente como tratar de atrapar ecos de algo que ya hemos visto en otro plano.
Un abrazo enorme, y gracias por sumergirte en esta historia con tanta sensibilidad. 💙
Hola, Miguel.
Me encanta cómo vas hilando el relato, dividiéndolo en partes que vas haciendo desfilar cada vez más rápido e involucrando a cada lector para que se sienta a la vez cómplice y heredero de la historia y de la pluma. Genial.
Un fuerte abrazo, tocayo 🙂
¡Tocayo!
Me ha gustado mucho cómo lo has visto, porque al final esa sensación de heredar la historia y la pluma es la que te hace sentir que sigues el hilo sin saber muy bien hasta dónde te va a llevar.
Lo de hacer desfilar las partes más rápido también me ha parecido un apunte muy interesante, casi como si la historia cogiera su propio ritmo y nos arrastrara un poco con ella.
Un fuerte abrazo, compañero, siempre un placer encontrarte por aquí.