I
La última transmisión de la NASA duró solo nueve segundos.
Un video fragmentado. Ruido blanco. Sombras en la nube de asteroides.
Algo se movía. Luego, estática.
Cuando entendimos que no eran rocas, sino cápsulas, ya era tarde.
No llegaron con armas ni amenazas.
Vinieron a reclamar lo que ya les pertenecía.
Ahora, entre los escombros de lo que fue el mundo, solo quedamos los que llevamos su marca.
Los que nacimos con el colgante incrustado en el ADN.
Junto al resto de una humanidad… que nos odia.
II
El viento arrastraba hojas secas sobre el suelo de mármol, produciendo un susurro inquietante. No era solo el sonido del aire.
Elisa lo sintió de inmediato.
Como si algo se deslizara entre las grietas de la piedra. Como si la biblioteca misma respirara.
Avanzó con pasos cautelosos. El eco de sus botas reverberó en el vasto vacío, demasiado fuerte, demasiado solitario.
Era un eco equivocado. Como si sus pasos no fueran solo suyos.
La penumbra se aferraba a cada rincón. Sofocante. Viva.
La linterna apenas lograba desgarrar la oscuridad, que parecía replegarse y extenderse a su voluntad.
Elisa tragó saliva. Estaba acostumbrada al miedo, pero esto era distinto.
No era el terror de ser cazada.
Era el terror de pertenecer a algo que aún no comprendía.
Se estremeció.
Nunca se había sentido sola del todo.
Desde que era niña, veía sombras que otros no. Líneas negras que latían bajo la piel de los marcados, como grietas en un espejo roto.
Desde el colapso, había aprendido a moverse en la sombra, a esquivar lo que quedaba de la humanidad y lo que la había reemplazado.
No quedaban muchos como ella.
Los invasores ignoraban a los marcados, pero los humanos no.
Y si sobrevivió hasta ahora, fue porque entendió una lección simple:
Nadie confía en alguien a quien los monstruos se niegan a devorar.
Pero la biblioteca no era un refugio.
Era otra cosa.
III
Elisa recordaba el día en que su madre le entregó el colgante.
—Es solo un recuerdo de tu padre —le había dicho, cerrándole la cadena con dedos temblorosos—. Nada más.
Pero había algo en su voz… un temblor que no era solo nostalgia.
La mirada de su madre evitó la suya, posándose en el fragmento de roca oscura que pendía de la cadena.
Como si esperara que hiciera algo.
Como si le temiera.
—Nunca te lo quites —susurró su madre.
Y nunca lo hizo.
Años después, en sueños, Elisa veía al padre que nunca conoció: un hombre con las manos chamuscadas forjando algo en un yunque. Chispas azabache volaban de la roca extraterrestre, y con cada golpe, sombras líquidas escapaban del metal fundido, deslizándose por el suelo como serpientes hacia el mundo.
—¿Qué has hecho? —gritaba una voz en su sueño, pero el padre solo sonreía, orgulloso de su creación.
IV
Tomó aire y empujó la puerta.
El aire dentro era denso. Pesado.
La luz de la linterna reveló una habitación circular, rodeada por estanterías torcidas, retorcidas hacia el techo como costillas gigantescas.
En el centro, una mesa.
Sobre ella, un libro abierto.
Las páginas amarillentas estaban cubiertas de escritura en un idioma que no reconocía.
Pero podía escucharlas.
Susurraban.
Elisa sintió que su corazón se detenía un instante.
Sus dedos temblaron cuando extendió la mano hacia el libro.
Pero antes de tocarlo, la voz resonó en su mente.
—No estás preparada.
Retrocedió bruscamente, su respiración se quebró en su garganta.
No había nadie.
Y, sin embargo, la presencia estaba allí.
Observándola. Probándola.
—¿Quién eres? —susurró.
El silencio respondió con un peso insoportable.
Entonces lo sintió.
La presencia detrás de ella.
Giró lentamente.
Una figura alta y delgada emergía de las sombras.
No era uno de los invasores.
Tampoco era humana.
Parecía humanoide, pero no reflejaba la luz como debería.
Había algo en su piel, en su movimiento, en la forma en que el espacio a su alrededor se distorsionaba levemente, como si la realidad luchara por definirlo.
—Eres la llave y el candado.
Su voz no tenía origen. No tenía sonido.
Era una idea insertada directamente en su mente.
Elisa retrocedió hasta chocar contra la mesa.
El colgante vibraba con una intensidad feroz.
—¿Qué significa eso? —su voz era apenas un hilo.
La figura ladeó la cabeza. Sonrió.
—¿De verdad necesitas que te lo diga? Tú ya lo sabes.
Elisa negó con la cabeza, pero en su interior la verdad se filtraba como veneno.
—Tu padre abrió el umbral cuando forjó lo que no debía —continuó la figura, señalando el colgante—. Quiso crear belleza, pero rompió el equilibrio. Las líneas que escaparon de su yunque se incrustaron en miles de humanos. Vosotros sois sus hijos bastardos, mitad presa, mitad cazador.
Elisa miró la joya, su mente un torbellino.
El meteorito.
Las historias de su madre.
Cómo su padre había convertido un fragmento de la roca caída en una joya.
Un simple recuerdo.
O eso creyó.
—¿Qué soy yo para ellos? —preguntó.
La figura dio un paso adelante.
Y aunque no emitía sonido al moverse, Elisa sintió el peso de su existencia deformando el aire a su alrededor.
—Eres invisible porque llevas parte de ellos dentro.
No. No. No.
—Pero esa invisibilidad tiene un precio.
Como si algo dentro de ella despertara.
El libro cobró vida.
Sus páginas giraron solas.
Se detuvieron en una ilustración grotesca.
Un círculo de figuras humanas deformes.
Retorciéndose en agonía eterna.
Y en el centro, el colgante.
La figura habló nuevamente, con voz suave.
Demasiado suave.
—No te preocupes, Elisa. No buscan destruirte.
Le sostuvo la mirada.
—Buscan completarte.
Elisa sintió que su piel se erizaba.
Un pensamiento la perforó como una aguja helada:
¿Y si esto no es algo que le hicieron?
¿Y si es algo que siempre fue?
Las sombras se deslizaron desde el suelo, arrastrándose como un fluido oscuro.
La alcanzaron.
El colgante ardió como fuego.
Elisa gritó.
Un rugido ancestral llenó la habitación.
Cuando abrió los ojos, estaba sola.
El libro seguía sobre la mesa. Cerrado.
Temblorosa, alargó la mano y lo giró.
El Umbral de los Silencios.
Y debajo, escrito con pulso tembloroso:
Elisa.
El aire en la habitación se detuvo.
Algo en la oscuridad respiró.
Y entonces, la página se pasó sola.
V
Elisa salió de la biblioteca con el libro apretado contra el pecho.
No había amanecido aún, pero el cielo ya palpitaba con una luz extraña.
El colgante, ahora frío, pesaba como un ancla.
Caminó hasta el río seco, donde los restos de la ciudad se oxidaban bajo la luna menguante.
—¿Qué soy? —susurró al agua estancada, cuya superficie reflejó su rostro… y algo más.
Una sombra detrás de ella, apenas perceptible, que no era su silueta.
La entidad de la biblioteca no se había ido del todo.
Abrió el libro por la página con su nombre. Las letras temblaron, y una nueva línea apareció:
"Completa el ciclo.
El precio de la creación es la destrucción.
El precio de la destrucción… es el renacimiento."
El aire se cargó de electricidad. Elisa sintió que el suelo vibraba, no con un terremoto, sino con un latido.
Alzó la vista. Entre las nubes, una grieta luminosa comenzó a formarse, como si el cielo fuera un pergamino rasgado.
—No es una invasión —murmuró, recordando las palabras de la entidad—. Es un nacimiento.
El colgante reaccionó, brillando con una luz negra que no proyectaba sombras.
En la distancia, un grupo de humanos armados avanzaba hacia ella, guiados por antorchas.
—¡Marcada! —gritó uno—. ¡Es una de ellos!
Elisa no huyó.
Esta vez, no.
Abrió el libro y leyó en voz alta, sin entender las palabras, sintiendo cómo algo antiguo y vasto se desplegaba en su sangre.
La grieta en el cielo se amplió.
Y entonces, por primera vez, Elisa sonrió.
En el reflejo del agua, sus ojos brillaron con un anillo dorado, y las líneas negras bajo su piel latieron al unísono con el corazón de la entidad.
El ciclo había comenzado.
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Hola, Miguel, si me encuentro alguna vez con un meteorito, que estoy segura que no pasará (aunque nunca se sabe, no se me ocurrirá hacerme un colgante con él… Ufff, a saber lo que encierra, como ha pasado con Elisa. Lo del libro mágico, su nombre en él, lo que encierra, me ha parecido muy interesante. Y el final un poco descolocada me ha dejado, no quería convertirse en uno de los marcados y, sin embargo, al final se alegra… ¿Me habré perdido algo por el camino?
Un abrazo. 🤗
¡Buenas, Merche!
Elisa siempre supo que era una de los marcados, pero hasta el final no lo acepta de verdad. Hasta entonces, lo llevaba como una carga, esquivando a los humanos que la odiaban y a los invasores que la ignoraban. En el fondo, siempre estuvo en tierra de nadie.
El final es cuando hace click: no es que los invasores la perdonen, es que ella ya formaba parte de esto desde el principio. Y cuando el libro le dice que complete el ciclo, deja de huir. No es que de repente diga “¡Viva la invasión!”, sino que, por fin, encaja en algún sitio xD.
Seguramente lo convierta en una novelette y ahí sí podré meter más detalles y cerrar tramas… si no me disperso con otras cosas, claro, que nos conocemos 😂.
Y oye, sobre lo del meteorito… tú haz lo que quieras, pero yo lo vendería en eBay antes de que se te incruste en el ADN y acabes protagonizando una historia como esta. Que luego vienen los extraterrestres con facturas pendientes y eso siempre es un lío. 🤣
¡Un abrazo! 🤗
Grité con Elisa y al final también reí con ella. Y la verdad es que me ha gustado está aventura que p del susto a la algarabía en unas emociones detalladas con un ritmo Miguel, que mis respetos. Tu facilidad para narrar se lleva bien con lo magnífico que te sale, de verdad que disfruto leerte. Y ya he visto que has subido bastante a WordPress y hay tarea! Y muy grata, aunque no pueda ir a tu ritmo.
Los comentarios entre Merche y tú son un plus ☺️ que me saca muchas sonrisas. Te dejo un abrazo Miguel!
¡Hola, Maty! Qué alegría leerte y saber que viviste la historia con Elisa, que gritaste con ella y que, al final, también reíste. Eso es lo mejor que puede pasar con un relato, que arrastre al lector y lo haga sentir parte del viaje.
Y sí, WordPress anda movidito últimamente, pero oye, el ritmo lo marcas tú. Lo importante es disfrutar la lectura y el proceso, sin prisas. El motivo por el que no paro de subir contenido es simple: tengo tanto material acumulado que podría seguir publicando indefinidamente. Todo lo que escribí a lo largo de los años solo necesita revisión, actualización y corrección, y a eso se suma lo que sigo escribiendo a diario. Ten en cuenta que, además, mi día entero gira en torno a escribir y leer. Así que siempre hay algo nuevo o rescatado esperando ver la luz.
También subo cosas que no comparto en Bloguers.net, para no parecer que atosigo a la comunidad jajaja.
Y lo de los comentarios con Merche… qué decir, ¡esto ya parece un multiverso bloguero! Las conversaciones se han convertido en otra historia dentro de la historia, y me encanta que te saquen sonrisas.
¡Un abrazo! 🙂
Hola, Miguel.
En el fondo, me he sentido identificado con Elisa en sus incertidumbres y no saber en qué lugar encajaba. Al final dejas caer una suerte de aceptación de su condición que crea un desenlace que no has querido dejar cerrado. Muy original.
Un fuerte abrazo, tocayo 🙂