Locura y genialidad en la escritura, el tormento del escritor solitario.

Escritores y trastornos mentales: ¿Genialidad o tormento?

Si la locura y la genialidad literaria fueran un matrimonio, habrían celebrado bodas de oro… y protagonizado un drama digno de Shakespeare. (Quien, dicho sea de paso, también tenía lo suyo con las obsesiones y los monólogos internos; si viviera hoy, escribiría hilos en Twitter sobre traición y existencialismo). La conexión entre escritores y trastornos mentales ha sido debatida durante siglos, convirtiéndose en un mito demasiado seductor.

Desde el poeta maldito que sobrevive en una buhardilla oscura hasta el novelista atormentado que se alimenta de cigarrillos, insomnio y malas decisiones. ¿Realmente es un precio inevitable o solo nos encanta el drama?

Escritores y trastornos mentales: ¿genialidad o simple mito?

La idea de que escritores y trastornos mentales van de la mano ha inspirado ensayos, documentales y tertulias de intelectuales que, en el fondo, solo buscan justificar sus propias excentricidades.

Pero… ¿es real? ¿Acaso la creatividad extrema viene con un boleto directo a la autodestrucción? ¿O simplemente estamos obsesionados con el mito del artista sufridor, como quien no puede ver un cuadro de Van Gogh sin pensar automáticamente en orejas amputadas?

Este artículo proporciona una base científica sólida para la discusión sobre lo de las orejas.

¿Escribir salva… o consume?

Nos encanta imaginar a los grandes escritores en un trance febril, iluminados por el resplandor de su propia desesperación, llenando páginas con verdades universales.

Pero la realidad es menos cinematográfica. Quizá el sufrimiento no sea la clave del genio, sino la capacidad de mirarlo de frente y convertirlo en tinta.

escritores y trastornos mentales: La imagen del escritor atormentado, entre la creatividad y el colapso.

Rompiendo el mito de los escritores y trastornos mentales

“No hay gran genio sin un toque de locura”, decía Aristóteles, y con eso le regaló a generaciones de escritores la excusa perfecta para justificar cualquier desastre personal.

Si el filósofo hubiera conocido a Lord Byron, seguramente habría reformulado la frase en algo más realista como: “No hay poeta sin algún escándalo pendiente.”

Mujeriego, pendenciero y con más dramas emocionales que un villano de novela gótica, Byron estaba empeñado en demostrar que la genialidad debía ser caótica o no ser. Si viviera hoy, probablemente tendría una docuserie en Netflix y un historial de cancelaciones en Twitter más largo que sus propios versos.

Cuando la ciencia analiza a los escritores y trastornos mentales

Más allá de Byron y sus excesos (que harían parecer moderados a ciertos rockeros setenteros), la ciencia ha intentado desmontar—o confirmar—la idea de que los escritores y los trastornos mentales van de la mano.

Algunos estudios sugieren que ciertos trastornos, como el bipolar o la esquizofrenia, pueden potenciar el pensamiento divergente, esa habilidad de conectar ideas que nadie más ve. Como encontrar poesía en un ticket de supermercado o ver metáforas existenciales en una máquina de café rota.

Esto explicaría por qué figuras como Virginia Woolf y Sylvia Plath canalizaron su tormento en obras de una intensidad brutal, mientras que Edgar Allan Poe convirtió su vida caótica en relatos que harían que hasta Tim Burton pidiera un descanso.

¿Se necesita estar roto para escribir bien?

No nos engañemos: la locura no convierte automáticamente a nadie en escritor. Si así fuera, cualquier persona con crisis existenciales recurrentes y un historial de decisiones cuestionables tendría un Pulitzer en la mesita de noche.

Muchos escritores perfectamente cuerdos han creado obras maestras, mientras que muchísimos locos han escrito cosas infumables. La correlación no es causalidad. Que algunos escritores hayan luchado contra trastornos mentales no significa que estos sean el combustible de su creatividad, de la misma forma que tener una guitarra no te convierte en Jimi Hendrix.

Aquí tenéis un estudio muy interesante por si queréis comprobar lo de la guitarra de Jimi


Lord Byron, la genialidad caótica y la introspección melancólica. Un ejemplo de escritores y trastornos mentales.

¿Escribir es un refugio o una condena?

Lo que sí parece claro es que los escritores—tengan o no diagnósticos clínicos—suelen ser criaturas de introspección obsesiva. Diseccionan cada pensamiento y emoción como si estuvieran en un quirófano psíquico, desmontando la realidad pieza por pieza.

Pasar el día explorando los rincones más oscuros de la mente humana tiene consecuencias. No es raro que, de tanto mirar al abismo, este termine devolviéndote la mirada.

Ahora bien, ¿escribir es un salvavidas o una condena? Depende. Algunos encontraron en la literatura una forma de darle orden al caos interno; otros fueron devorados por su propio talento.

La diferencia no está en la creatividad, sino en la capacidad de gestionarla sin que se convierta en un arma de doble filo.

Lo único seguro es que, con o sin neurosis, la literatura siempre ha sido un espejo de la mente humana, con todas sus luces y sombras. Y a veces, ese reflejo no es nada tranquilizador.


Escritores que convirtieron su tormento en tinta

Pasemos a los nombres, porque aquí es donde la cosa se pone interesante… y un poco escalofriante.

Si la creatividad es un abismo, estos escritores no solo miraron dentro, sino que se instalaron allí y nos dejaron una crónica detallada del desastre.

Algunos convirtieron su sufrimiento en arte; otros fueron consumidos por él. Pero si algo dejaron en claro es que la literatura puede ser tanto una tabla de salvación como un naufragio anunciado.


Edgar Allan Poe, el horror literario y su sombra inescapable.

Edgar Allan Poe: Un gótico antes de que fuera cool

Si hubiera un ranking de escritores con la vida más desafortunada, Poe estaría en el podio, probablemente con un cuervo en el hombro y un vaso de absenta en la mano.

Huérfano a los dos años, adicto al alcohol, incapaz de mantener un trabajo estable y víctima de una muerte tan enigmática que hasta hoy sigue generando teorías dignas de una conspiración literaria.

Ah, y también se casó con su prima de 13 años. Porque Poe no hacía nada a medias.


Poe en el siglo XXI: Un influencer del horror

Si Poe hubiese nacido hoy, seguramente tendría un blog repleto de relatos perturbadores, un canal de YouTube diseccionando el terror psicológico con una taza de café eterno, y una cuenta de Twitter donde discutiría con escépticos sobre su propia causa de muerte.

Porque sí, su final sigue siendo un misterio macabro: apareció delirando en las calles de Baltimore, vestido con ropa que no era suya, murmurando frases incomprensibles, y falleció días después sin que nadie pudiera determinar exactamente qué le pasó.

La conexión entre escritores y trastornos mentales se ha explorado durante siglos, y Poe es uno de los ejemplos más intrigantes: un genio literario atrapado entre su imaginación gótica y los demonios de su propia mente.

Un genio consumido por su propio horror

Para Poe, la muerte, el misterio y la locura no eran solo una estética literaria, sino una sombra real que lo acechaba.

Sus cuentos y poemas no solo narraban el horror, sino que parecían susurrar su propia autodestrucción.

Cada línea de su obra está impregnada de la sensación de que la muerte no es solo un destino, sino una presencia constante, un susurro que nunca se apaga.

Quizá por eso, siglos después, seguimos leyendo a Poe con la misma fascinación con la que él miraba al abismo.

Perspectiva neurológica sobre la vida y obra de este gran genio


Virginia Woolf, el monólogo interior convertido en océano.

Virginia Woolf: Un monólogo interior convertido en batalla personal

Si Poe encarnaba la muerte como un espectro gótico, Woolf convirtió la mente humana en un océano en constante marea.

Sus escritos no narraban, fluctuaban, dejando que la conciencia fluyera como olas de pensamientos, emociones y tiempo.

Pionera del monólogo interior, revolucionó la literatura con novelas como La señora Dalloway y Al faro, pero también libró una batalla incansable contra el trastorno bipolar.

Sus diarios son testimonio de una mente que oscilaba entre la euforia creativa y el abismo de la desesperación.


La mente como un campo de batalla

Su genialidad y su sufrimiento parecían jugar un tira y afloja constante, incapaces de coexistir en armonía.

La imagen de Woolf caminando hacia el río Ouse con los bolsillos llenos de piedras quedó grabada en la historia de la literatura.

Pero reducir su vida a su trágico final sería un error.

Lo que dejó atrás es un mapa detallado de la psique humana, su fragilidad y su inmensa capacidad de crear belleza incluso en el caos.

Por si quieres profundizar en la relación entre su enfermedad y su obra


Sylvia Plath: Cuando la poesía arde

Pocas escritoras han convertido su angustia en versos con la intensidad devastadora de Sylvia Plath. Si la poesía tuviera temperatura, la suya sería fuego puro.

Desde muy joven, la depresión no fue un visitante ocasional, sino una sombra persistente que se filtraba en su vida con la misma facilidad con la que ella convertía el dolor en palabras.

La campana de cristal y Ariel no son solo literatura, son radiografías de una mente atrapada entre la lucidez y la desesperación.


Sylvia Plath, la poesía que arde en cada verso. La imagen la representa simbolizando el problema de los escritores y trastornos mentales que presentan y cómo influyen en su trabajo literario.

Versos que dejan cicatrices

Plath tenía un don único: sus imágenes no se limitaban a la página, sino que se incrustaban en la mente del lector, como cicatrices literarias.

Cada poema era una purga, un exorcismo de lo insoportable, hasta que quizá ya no quedó nada más por expulsar.

Leer a Plath es entrar en una habitación en llamas y sentir el calor en la piel. No es cómodo, no es seguro, pero es imposible apartar la mirada.


El eco de su legado

Su muerte fue trágica, pero reducir su historia a su final sería un error.

Plath demostró que la poesía no es solo belleza, también es rabia, miedo y un grito contenido que finalmente se libera.

Su legado sigue latiendo en cada verso, recordándonos que las palabras pueden arder con la misma intensidad con la que el mundo se derrumba.

Espejo (de Sylvia Plath)
Soy de plata y exacto. Sin prejuicios.
Y cuanto veo trago sin tardanza
tal y como es, intacto de amor u odio.
No soy cruel, solamente veraz:
ojo cuadrangular de un diosecillo.
En la pared opuesta paso el tiempo
meditando: rosa, moteada. Tanto ha que la miro
que es parte de mi corazón. Pero se mueve.
Rostros y oscuridad nos separan
sin cesar. Ahora soy un lago. Ciérnese
sobre mí una mujer, busca mi alcance.
Vuélvese a esos falaces, las luciérnagas
de la luna. Su espalda veo, fielmente
la reflejo. Ella me paga con lágrimas
y ademanes. Le importa. Ella va y viene.
Su rostro con la noche sustituye
las mañanas. Me ahogó niña y vieja
Créditos a: Senda Libros.
Traducción de Jesús Pardo


Ernest Hemingway: El mito del hombre de hierro con alma rota

Si Hemingway viviera hoy, probablemente sería un influencer de masculinidad ruda, transmitiendo en vivo desde una cabaña en el bosque con un whisky en la mano, dando consejos sobre cómo pescar un atún gigante con una cuerda y pura determinación.

Pero detrás de la imagen del aventurero sin miedo que cazaba leones y pescaba marlines gigantes, había un hombre atormentado por la depresión, el alcoholismo y una fragilidad emocional que nadie imaginaba. La idea de que los escritores y trastornos mentales van de la mano ha hecho que muchos pasen por alto esta otra cara de la genialidad: el peso de una mente que no puede encontrar descanso.

Un héroe de novela atrapado en su propia tragedia

Su vida fue una mezcla entre novela de acción y tragedia griega.

Sufrió múltiples conmociones cerebrales, un trastorno bipolar nunca diagnosticado y una paranoia creciente que lo llevó al borde del abismo.

Cada cicatriz en su cuerpo tenía una historia, pero las que más dolían eran las que no se veían.

Cuando los médicos intentaron someterlo a terapia de electroshock, perdió la memoria… y con ella, su razón de vivir. Para un hombre cuya identidad estaba construida sobre la experiencia y la acción, olvidar era lo mismo que desaparecer.


La lucha contra lo inevitable

Las novelas de Hemingway no son solo historias de hombres duros y resilientes, sino un reflejo de su propia filosofía: la vida es una pelea constante contra un destino que, tarde o temprano, nos vencerá.

Sus protagonistas enfrentan la vida con la dureza de quien sabe que el final es inevitable, pero sigue adelante de todos modos.

📖 Santiago en El viejo y el mar, que se aferra a su pez aunque el mar se lo arrebate.
📖 Robert Jordan en Por quién doblan las campanas, que encara la muerte con la serenidad de quien ya no tiene nada más que temer.

Hemingway creía en la resistencia ante la adversidad, pero también sabía que no todas las batallas pueden ganarse.


Un disparo que selló un legado

Cuando finalmente apretó el gatillo, lo hizo con la misma determinación con la que había vivido.

Pero si algo nos enseñó Hemingway, es que la verdadera fuerza no está en no caer, sino en levantarse una vez más.

Y aunque él no pudo hacerlo una última vez, su legado quedó sellado en palabras que siguen resonando, en historias que nos recuerdan que, a veces, la lucha es el único triunfo posible.

Por si quieres indagar en los problemas que influyeron en la última etapa de este mito.


Franz Kafka atrapado en la burocracia infinita, la ansiedad hecha literatura.

Franz Kafka: Cuando la ansiedad se transforma en literatura

Si alguien entendía la alienación en su forma más pura, era Kafka. Mientras otros escritores inventaban monstruos, él solo tenía que mirar a su alrededor para encontrar el horror en la burocracia, la incomunicación y la certeza de que serás aplastado por un sistema que ni siquiera se molesta en explicarte por qué.

Si has leído El proceso, sabes de qué hablo. Un hombre es arrestado sin motivo, enfrenta un juicio cuyas reglas desconoce y lucha contra un destino que ya está decidido.

Es como si Kafka hubiera previsto la atención al cliente de las compañías telefónicas, pero elevado a nivel filosófico.


La ansiedad hecha literatura

Su obra no era solo una crítica velada a las instituciones, sino un reflejo de su propia mente: una maquinaria en constante desgaste, atrapada en la angustia de existir.

Sufría de ansiedad y depresión, y sus relaciones personales no eran precisamente un refugio de estabilidad. Se veía a sí mismo como un ser insignificante, incapaz de encajar en el mundo, una percepción inmortalizada en La metamorfosis, donde convirtió a su alter ego literario en un insecto gigante con preocupaciones administrativas.

Kafka no necesitaba monstruos externos para escribir terror; su propio reflejo en el espejo le bastaba.

Y quizá eso es lo más inquietante de su obra: no hay criaturas sobrenaturales, no hay villanos con capa… solo un hombre, atrapado en un sistema sin rostro.


Un genio que no vivió para ver su propio legado

Lo kafkiano no es el horror de lo desconocido, sino el horror de lo demasiado conocido, de lo que aceptamos sin cuestionar.

Su final fue tan abrupto como sus relatos: murió joven, a los 40 años, sin haber visto su obra publicada a gran escala.

Si no fuera por su amigo Max Brod, que desobedeció su petición de destruir sus manuscritos, Kafka seguiría siendo solo otro oficinista triste, en vez del hombre que nos enseñó que, a veces, el peor enemigo no es un monstruo, sino una ventanilla con un formulario imposible de completar.


El caos del periodismo gonzo, un escritorio lleno de ideas en movimiento.

Hunter S. Thompson: Psicodelia, excesos y el periodismo gonzo

Thompson no era un escritor. Era un meteorito en llamas.

Mientras otros se encerraban con una taza de café, él arrancaba motocicletas, bebía whisky antes del desayuno y decidía que la mejor forma de hacer periodismo era vivir la noticia hasta sus últimas consecuencias… y posiblemente también hasta su última neurona.

Inventó el periodismo gonzo, una forma de narrar en la que el escritor no es un simple observador, sino un participante activo del caos que documenta.

Si había que cubrir un mitin político, se infiltraba, bebía con los asistentes y escribía desde dentro.

Si había que documentar la contracultura americana, lo hacía con un maletín lleno de drogas que haría sudar a cualquier agente de aduanas.

Para Thompson, la objetividad periodística era un mito, y la única verdad posible era la que se experimentaba en carne propia.


El delirio hecho narrativa

Su obra más famosa, Miedo y asco en Las Vegas, no es solo un libro, es un delirio de más de 200 páginas, donde la frontera entre realidad y ficción es más borrosa que su visión tras varias noches de excesos.

Es la crónica de un viaje lisérgico a lo más profundo del sueño (o pesadilla) americano, escrito con la intensidad de alguien que no sabe si está documentando una historia o desmoronándose dentro de ella.

Pero detrás de la imagen del anarquista con pistola y gafas de sol, había un hombre en guerra consigo mismo.

Su adicción a las anfetaminas lo mantenía en un estado de hiperactividad permanente, su paranoia lo convencía de que el mundo estaba en su contra, y su mente nunca encontró el descanso que necesitaba.

Escribía como si estuviera huyendo de algo, pero lo que lo perseguía era él mismo.

Fragmento de Monólogo de "la ola", de Hunter S. Thompson
"San Francisco a mediados de los ’60: un tiempo y un lugar muy especiales para ser parte de ellos. Tal vez eso significara algo. Tal vez no, a la larga… pero ninguna explicación, ninguna combinación de palabras o de música o de recuerdos puede rozar la sensación de saber que estabas allí, vivo, en ese rincón del tiempo y el mundo. Sea lo que fuera que significase…
 
“Es difícil hablar de La Historia, por todas las mentiras de mierda, pero incluso sin estar seguros de La Historia, parece enteramente razonable pensar que, cada tanto, la energía de toda una generación se condensa en un largo y magnífico instante, por razones que nadie realmente entiende en su momento – y que nunca explican, en retrospectiva, qué es lo que realmente pasó.
 
“Mi recuerdo principal de esa época parece brotar de una o cinco o tal vez cuarenta noches – o madrugadas – cuando salia de Fillmore medio loco y, en lugar de irme a casa, conducía la gran 650 Lightning a través del puente de la bahía a 160 kilómetros por hora, vistiendo pantalones cortos L. L. Bean y una campera de pastor Butte… yendo a fondo por el túnel de La Isla del Tesoro hacia las luces de Oakland y Berkeley y Richmond, sin estar muy seguro de dónde doblar cuando llegara a un retome (siempre quedándome en el peaje, demasiado dado de vueltas como para poner punto muerto mientras buscaba cambio…) pero estando absolutamente seguro de que no importaba qué camino tomara, porque siempre llegaría a un lugar donde la gente estaría tan volada y salvaje como yo lo estaba: no había duda de eso.
 
“Había locura en todas las direcciones, a cualquier hora. Si no era a través de la Bahía, entonces era Golden Gate arriba o bajando la 101 hasta Los Altos o La Honda… Podías hacer saltar chispas en cualquier parte. Había una fantástica sensación universal de que fuera lo que fuera lo que estábamos haciendo estaba bien, que estábamos ganando…
 
“Y eso, creo, era lo principal – esa sensación de victoria inevitable sobre las fuerzas del Mal y de lo Viejo. No en una forma mezquina o militar; no necesitábamos eso. Nuestra energía simplemente prevalecería. No tenía sentido pelear – de nuestro lado o del de ellos. Teníamos todo el impulso; estábamos montados en la cresta de una ola alta y hermosa…
 
“Y ahora, menos de cinco años después, puedes subir a la cima de una colina empinada en Las Vegas y mirar hacia el Oeste, y si sabes mirar casi podrás ver el punto hasta donde llegó el agua – ese lugar en el que la ola finalmente rompió y comenzó a retroceder”.
 
Hunter S. Thompson (fragmento de Fear and Loathing in Las Vegas: A Savage Journey to the Heart of the American Dream)
Créditos a:Cineclub Tocco


Un adiós tan estridente como su vida

Thompson no era un escritor común, era un huracán que se autodestruía con cada página que escribía.

Su genialidad era su maldición: veía la hipocresía del mundo con demasiada claridad, y en vez de aceptarla, decidió combatirla con pluma, violencia y locura.

Pero esa batalla no podía durar para siempre.

Cuando se quitó la vida en 2005, lo hizo a su manera: dejando instrucciones detalladas para que sus cenizas fueran disparadas desde un cañón en una ceremonia pagada por Johnny Depp.

Porque si algo tenía claro, era que si el mundo es un absurdo, al menos hay que asegurarse de salir con un gran espectáculo.


El escritor ante el abismo, la delgada línea entre la creatividad y la locura.

¿Es la locura el precio de la creatividad?

La respuesta corta es no.

La respuesta larga es: depende de qué entiendas por "sufrir".

Si hablamos de introspección y la capacidad de analizar la condición humana, entonces sí, quizá hace falta un poco de tormento existencial para escribir algo que realmente resuene.

Pero si nos referimos al mito del artista al borde del colapso como requisito para producir arte, la respuesta es un rotundo no.


Rompiendo el mito del escritor torturado

Es cierto que la literatura ha sido un refugio para muchos escritores, pero eso no significa que la angustia sea un requisito para la genialidad.

Si así fuera, cada persona que ha pasado por una crisis existencial tendría un Premio Nobel en la repisa, y la realidad es que solo tienen café frío y facturas sin pagar.

La idea de que el sufrimiento es el combustible del arte ha convertido la enfermedad mental en un falso requisito para la creatividad, como si viniera en un kit de escritor junto con una máquina de escribir y la desesperación económica.

Durante siglos, el vínculo entre escritores y trastornos mentales ha sido exagerado, reforzando la noción de que la genialidad necesita sufrimiento para existir.

Y no, no funciona así.

Puede interesarte: Neurociencia aplicada a la escritura


Genios que no se autodestruyeron

📖 Gabriel García Márquez vivió una vida tranquila, con rutinas de escritura bien definidas, sin hundirse en el mito del artista torturado. Y aun así, nos regaló Cien años de soledad.

📖 Jane Austen no tuvo un final trágico ni una vida escandalosa; su literatura no se alimentó del dolor, sino de la observación aguda y el humor. Sus novelas siguen siendo referentes de ironía y análisis social.

📖 Honoré de Balzac sí sufrió, pero no por traumas psicológicos, sino por ingerir cantidades industriales de café. Murió con el estómago destrozado, pero no por la angustia existencial.

Así que si alguna vez sientes que la cuarta taza de café de la madrugada te está llevando por un camino sin retorno, Balzac te diría que solo estás siguiendo su legado. (Lo bebía a todas horas y mascaba granos de café turco en ayunas… ¿no me crees?)


¿Se puede escribir desde la felicidad?

Por supuesto.

La literatura se enfoca en el conflicto, no porque exija sufrimiento real, sino porque una historia sin conflicto es como una película sin argumento: nadie la quiere ver.

Es posible escribir sobre la tristeza sin vivir en ella, explorar el dolor sin convertirlo en una identidad.

Porque la buena literatura no viene del sufrimiento, sino de la manera en que aprendemos a interpretarlo.


Escribir entre la locura y la genialidad, el equilibrio imposible.

Conclusión: Enterremos el mito del escritor atormentado

Romantizar el sufrimiento como fuente de creatividad es peligroso. La literatura no debería ser un boleto sin retorno a la desesperación, ni una excusa para glorificar la autodestrucción. La idea de que los escritores y trastornos mentales están siempre ligados ha perpetuado este mito, cuando en realidad el talento no depende del sufrimiento.

Kafka no necesitó que el sistema lo aplastara para escribir El proceso; ya lo veía suceder a su alrededor.

Woolf no creó su revolucionario flujo de conciencia por estar al borde del colapso, sino porque entendía la mente humana como pocos.

Poe… bueno, Poe sí estaba bastante mal, pero lo que lo hizo genial no fue su sufrimiento, sino su capacidad para convertirlo en relatos inmortales.


El genio no necesita sufrimiento, necesita visión

Quizá es hora de dejar de romantizar la figura del artista torturado y entender que la salud mental también tiene espacio en la creatividad.

Se puede escribir desde la alegría, la curiosidad, la simple necesidad de contar historias.

No hace falta caminar por el borde del abismo para escribir sobre él.

Porque al final, la locura no hace al genio.

Es el genio quien transforma el mundo con su mirada, con su capacidad de ver lo que otros no ven, de narrarlo con una voz única.

Y para eso, lo único realmente necesario es la capacidad de sentir.


Fuentes consultadas

  • ¿Es imprescindible estar mal de la cabeza para ser un genio? (Estudio)
  • ¿Escribir salva… o consume? (Terapia)
  • El mito de la locura creativa: una excusa para evitar la terapia (Estigma)
  • Cuando la ciencia intenta meter orden en el caos (Investigación)
  • ¿Se necesita estar roto para escribir bien? (Creatividad)
  • Escritores que convirtieron su tormento en tinta (Autores)
  • Edgar Allan Poe: Un gótico antes de que fuera cool (Análisis)
  • Sylvia Plath: Cuando la poesía arde (Depresión)
  • Ernest Hemingway: El mito del hombre de hierro con alma rota (Salud Mental)
  • ¿Es la locura el precio de la creatividad? (Genio)


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Mercedes Soriano Trapero
9 de marzo de 2025 09:26

Hola, Miguel, curioso artículo y estoy de acuerdo con tu reflexión final: no hace falta estar "loco" para ser un "genio", ni sufrir ningún tipo de trastorno ni nada por el estilo. La creatividad no es mala, ni tener mucha es malo; se puede moldear a tu antojo y sacarla al exterior de la manera que más te guste. Lo que es malo es obsesionarse, por ejemplo con escribir una obra magnífica o, simplemente, con escribir en el día diez mil palabras o cosas por el estilo, al final, el cuerpo y la mente pagan factura. Los escritores que has citado tenían vidas paralelas, además de la vida literaria, y eso era lo que les atormentaba, no la literatura en sí, ni la creatividad. Hoy las redes sociales cumplen la función de exponer las "locuras" de cada uno, así no pasan al papel y no crean tanta trascendencia como la de esos escritores, jeje.
Un abrazo. 🙂

Ric
Ric
9 de marzo de 2025 14:09

Hola Miguel, votado!

Me ha parecido un buen artículo de investigación sobre la vida de algunos grandes escritores.
En mi opinión, tanto escritores como otros grandes pensadores, así como personajes ilustres que se han diferenciado de la gran borregada, como los denomino yo, tienen un patrón común, se salen de lo corriente, de lo que se conoce como personas normales y, recordando mi frase preferida, que no mía, es de Oscar Wilde, ¿Qué es normal? En mi opinión, normal es sólo lo ordinario, lo mediocre. La vida pertenece a aquellos individuos raros y excepcionales que se atreven a ser diferentes, esta frase define perfectamente lo que quiero decir, si te sales del montón, "los normales" dicen que estás loco, esto no es más que falta de comprensión.
Cierto es que hay casos de escritores y personajes que tenían sus cosas, pero de ahí a una enfermedad, yo, cuanto menos, lo pondría en tela de juicio.
Prefiero ser anormal que ser normal, perdonarme
¡Saludos, gran artículo Miguel! 👍😜

Beatriz
10 de marzo de 2025 15:13

Interesante artículo, Miguel. Estoy de acuerdo contigo, no creo que locura y genialidad vayan unidos. Una cosa es el talento que pueda tener una persona en alguna rama del arte y otra que tenga un trastorno psicológico o una enfermedad mental. Vicent van Gogh, por ejemplo, pintaba en los momentos de lucidez, no cuando sufría las crisis. Por otra parte, en épocas anteriores, sufrir una enfermedad mental tenía que ser terrible, porque no existían ni los fármacos ni el conocimiento científico para abordarlas, y destrozaron a muchas personas a base de electroshocks. Pero ante tu pregunta de si escribir salva o consume, a mí, desde luego, me ha salvado en los momentos complicados de mi vida. Pero claro, es como todo, depende de la persona. Un abrazo 🤗

Cabrónidas
11 de marzo de 2025 09:19

Totalmente de acuerdo. No se puede añadir nada más. De lo que sí estoy seguro es de que hay más locos dentro del manicomio que fuera, y algunos de ellos escriben y otros no, ja, ja, ja. Saludos, maestro. 😉

Miguelángel Díaz Díaz
8 de abril de 2025 17:31

¡Qué interesante, Miguel!
Has abierto un melón indagando en todas las direcciones para mostrarnos cómo en algunos casos los autores acabaron engullidos por sus trastornos, mientras en otros casos, miraron con lupa los detalles de la vida saliendo airosos de ellos.
Un fuerte abrazo, tocayo 🙂

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