Jack Kerouac me diría que escribir es como lanzarse a la carretera sin un mapa, con solo una máquina de escribir y una garrafa de café. ¿Plan? No, gracias. Solo velocidad, vértigo y un leve aroma a desesperación creativa. F. Scott Fitzgerald, en cambio, me miraría con cara de “¿Pero tú has visto cómo tengo corregido este manuscrito?” y volvería a reescribir la misma frase por décima vez. Y probablemente cambiaría una coma, solo para quitarla media hora después. Entre estos dos extremos se mueven los métodos de escritura de autores famosos, desde los que escriben con la intensidad de un vendaval hasta los que cincelan cada palabra con precisión obsesiva.
Algunos creen en la velocidad y la espontaneidad, en atrapar la historia antes de que se les escape, como si fuera un pez resbaladizo que no se deja pescar dos veces. Otros, en cambio, prefieren esculpir cada palabra hasta que brille como si hubiera sido cincelada en mármol. Literalmente. Tardan tanto que probablemente han considerado tallar la versión final en piedra.
Velocidad contra perfección: una batalla literaria
La pregunta es: ¿Qué método es mejor? Para responder, tengo que hacer un viaje por la mente de los más grandes. Me subo al coche de Kerouac, que probablemente sea un viejo Cadillac con olor a carretera, noches en vela y un ligero toque de sudor existencial. Acelero sin mirar atrás.
Antes de darme cuenta, Nabokov me detiene en seco. No con un alto en la autopista, sino con un montón de fichas ordenadas de manera obsesiva, como un bibliotecario con trastorno del control absoluto. “No puedes seguir sin entender la estructura”, me dice, mientras revisa mi itinerario con una lupa. Yo asiento, pero, en cuanto se distrae, arranco de nuevo.
Al poco rato, tomo un desvío hasta la casa de George R.R. Martin. Me recibe en bata, con ojeras y con un pergamino lleno de excusas perfectamente justificadas sobre por qué aún no ha terminado Vientos de invierno. “Es que verás”, empieza a decirme, pero yo ya estoy otra vez en la carretera.
La eterna lucha entre creatividad y control
Por un lado, está el instinto puro: la escritura que brota sin filtro, sin miedo, sin frenos. Como si las palabras cayeran del cielo y el escritor solo tuviera que atraparlas antes de que se pierdan en la nada. Por otro, el arte de la corrección milimétrica, la manía de quienes creen que cada palabra cuenta y que ninguna debe ser puesta a la ligera. (Probablemente también crean que doblar las esquinas de los libros es un crimen).
En medio de todo, un dilema eterno: ¿escribir sin control o pulir hasta que duela? Acompáñame, porque esto no va solo de literatura. Va de la batalla entre el caos y el orden, entre la improvisación y la estrategia, entre dejarse llevar y corregir hasta la extenuación… o corregir tanto que el texto nunca salga del maldito cajón.
Escribir como un relámpago: la filosofía de la velocidad
Jack Kerouac no escribía. Descargaba palabras como un relámpago en mitad de una tormenta eléctrica. "En el camino" nació en un rollo de 36 metros de papel teletipo, escrito en un frenesí casi místico, sin pausas, sin correcciones, sin detenerse a preguntarse si lo que estaba escribiendo tenía sentido. Y eso era precisamente lo que lo hacía tan auténtico. Un estilo que no solo definiría la literatura Beat, sino que marcaría a generaciones enteras de escritores con su energía cruda y su sensación de viaje sin destino fijo.(Enlace)
La máquina de escribir era su pedal de acelerador, y él lo pisaba a fondo, como si una frase demasiado lenta pudiera arruinar toda la esencia del viaje. ¿Edición? Ni hablar. ¿Fluidez? Absoluta. Para Kerouac, la pureza de la primera idea era sagrada. Editar era como detener un río para analizar cada gota de agua.
"Escribe lo que quieras desde el fondo de la mente", decía. Y uno puede imaginarlo, con los ojos inyectados en cafeína, tipeando con la misma urgencia de alguien que intenta anotar una profecía antes de que se desvanezca en el aire. Si le hubieras mencionado la palabra "revisión", probablemente te habría lanzado una mirada de desprecio, o peor aún, te habría soltado un monólogo beatnik de tres horas sobre cómo la edición mata la autenticidad.
El método King: rapidez con bisturí
Kerouac no es el único profeta de la velocidad. Stephen King también defiende la idea de que la escritura debe fluir como un torrente. Pero aquí viene la diferencia: King sí edita. Y lo hace con precisión quirúrgica.
Su regla de oro es clara: un borrador terminado en tres meses. No seis. No un año. Tres meses. Y luego, a la fase de poda: cortar un 10% del texto (enlace).
Sin miramientos. Sin sentimentalismos. Si una frase no aporta algo esencial, King la fulmina sin pestañear.
Lo cual suena fácil, salvo para los que intentamos reducir el 10% y terminamos agregando otro 15% porque "bueno, ahora que lo releo, esta parte necesita más contexto".
King compara el proceso con la arqueología. "La historia ya está ahí, solo tienes que excavarla", dice. Pero a diferencia de Kerouac, él no deja la piedra bruta sin pulir. Escribe rápido, sí, pero después saca el bisturí y elimina lo innecesario sin piedad. Esa combinación entre velocidad y precisión lo convierte en un referente dentro de los métodos de escritura de autores famosos.
Si Kerouac era un huracán que arrasaba todo a su paso, King es el cirujano que corta lo que sobra sin titubear. No se obsesiona con la perfección, pero tampoco deja que la espontaneidad lo arrastre a terrenos peligrosos. Su secreto es este: escribir con el instinto encendido y editar con la lógica afilada.
Ray Bradbury y la escritura a contrarreloj
Y luego está Ray Bradbury, el escritor que literalmente pagaba por escribir. Mientras otros autores buscaban inspiración en largas caminatas o botellas de whisky, él metía monedas en una máquina de escribir pública como si estuviera alimentando a un monstruo mecánico.
Fahrenheit 451 nació en el sótano de la biblioteca de la UCLA, donde Bradbury alquilaba una máquina de escribir por diez centavos la media hora. Nueve días y nueve dólares con ochenta centavos después, tenía la primera versión de su novela(enlace). Sí, menos de lo que cuesta un gin tonic hoy en día. (Lo cual es una tragedia por sí misma).
Pero lo interesante no es solo la rapidez con la que escribió, sino su filosofía. Bradbury no creía en los bloqueos. ¿Atascado? No, amigo, escribe. ¿No sabes por dónde seguir? Escribe más. ¿Sientes que lo que estás escribiendo es terrible? Bueno, escríbelo igual y preocúpate después.
"Escribe con entusiasmo o no escribas en absoluto", decía. Para él, la escritura era un acto de energía pura, un salto al vacío sin paracaídas ni segundas oportunidades. Si una historia no fluía naturalmente, es que no debía escribirse.
Y esa energía se nota en su estilo: rápido, vibrante, sin frenos. Sus historias no caminan, corren. Sus frases no respiran, se lanzan en cascada como si tuvieran prisa por llegar a su destino. No hay pausas, no hay tiempo para cuestionarse nada.
Cuando la velocidad no es suficiente
Pero no todo en la literatura es vértigo y adrenalina. Por cada Kerouac que escupe palabras como un volcán en erupción, hay un Nabokov que las coloca con precisión quirúrgica. Por cada King que excava historias con rapidez, hay un Tolkien que revisa y expande su mundo hasta que cada detalle encaje como una pieza de orfebrería.
Aquí es donde surge la gran pregunta: ¿y qué pasa si ninguno de estos métodos te funciona? Porque escribir rápido está bien, pero no si lo que produces es una masa de palabras sin sentido. Y escribir despacio puede ser ideal, pero no si acabas en un limbo eterno de correcciones sin publicar nada.
Así que, mientras algunos escritores confían en la velocidad y la inspiración, otros creen que la verdadera magia está en el trabajo meticuloso. Lo curioso es que, cuando se analizan los métodos de escritura de autores famosos, no hay una única respuesta correcta. ¿Y si ambos tienen razón? O peor aún, ¿y si ninguno la tiene?
La pregunta sigue en el aire: ¿Qué método es mejor? O mejor dicho, ¿Qué método funciona para ti? Porque, en última instancia, no se trata de escribir rápido o escribir despacio, sino de escribir de la manera que haga que tus historias cobren vida.
La escritura como artesanía: perfeccionistas en acción
Si Kerouac era un torbellino, Fitzgerald era un cirujano con el bisturí en la mano y el pulso tembloroso de tanto café. No escribía, tallaba. El Gran Gatsby no fue redactado, fue esculpido palabra por palabra, como un escultor quitando el mármol sobrante hasta encontrar la forma perfecta.
Una frase aquí, otra allá, un ritmo que debía ser impecable, una cadencia que debía sonar como jazz en la página. Pero claro, cuando alguien edita con obsesión, siempre hay un Hemingway cerca para darle una colleja.
Hemingway, que escribía con la misma economía de palabras con la que bebía whisky (es decir, sin dejar ni una gota), miraba a Fitzgerald con la ceja levantada y le decía que dejara de pulir el maldito texto. ¿Y qué hacía Fitzgerald? Pulirlo aún más. Se cuenta que llegó a reescribir El Gran Gatsby entero varias veces, hasta que cada frase parecía sacada de una pieza de orfebrería literaria. Si lo hubieras dejado, probablemente aún estaría reescribiendo la primera página. Este nivel de perfeccionismo es lo que define muchos de los métodos de escritura de autores famosos, donde la obsesión por la precisión puede ser tanto una bendición como una maldición.
Nabokov y su obsesión por las fichas
Y luego tenemos a Vladimir Nabokov, el escritor que no redactaba, sino que ensamblaba. Mientras otros autores se apoyaban en cuadernos o máquinas de escribir, Nabokov construía sus novelas en fichas de cartón, como un arquitecto obsesionado con cada ladrillo.
Cada fragmento de Lolita fue escrito en tarjetas individuales y luego reorganizado con la precisión de un neurocirujano que juega al Tetris con párrafos enteros.
¿Que quería mover un párrafo? Nada de tachar y reescribir: sacaba la ficha y la ponía en otro sitio. Este método, que suena como la pesadilla logística de cualquier editor, le permitía obsesionarse con la estructura hasta alcanzar la perfección.
Y vaya si lo consiguió: cada frase de Lolita está tan milimétricamente calibrada que no parece escrita, sino diseñada. No hay una palabra fuera de lugar. No hay una pausa sin intención. Es un reloj suizo convertido en literatura.
James Joyce y la guerra contra las comas
Si hablamos de perfeccionismo extremo, hay que encender una vela y hacer una reverencia a James Joyce, el hombre que podía pasar una semana entera debatiendo consigo mismo sobre si una coma debía estar ahí… o no.
No estamos hablando de un par de revisiones rápidas, no. Estamos hablando de un tipo que tardó siete años en escribir Ulises y diecisiete en terminar Finnegans Wake. Diecisiete años. Para un libro. La mayoría de nosotros no podemos esperar ni tres días para recibir un paquete de Amazon.(Enlace interesante… sobre Joyce, no sobre el paquete de Amazon)
Joyce no solo editaba, luchaba cuerpo a cuerpo con el idioma. Cada palabra tenía que resonar como una sinfonía en su cabeza, encajar en un flujo de conciencia que pareciera natural, pero que en realidad estaba afilado hasta lo obsesivo.
Si eso significaba pasar toda una mañana poniendo una coma y toda la tarde quitándola, pues así lo hacía. La escritura no era solo escritura, era una guerra abierta contra la imperfección. ¿El enemigo? Cualquier frase que no sonara exactamente como debía sonar.
Imagino que si alguna vez hubiera escrito un mensaje de texto, lo habría corregido treinta veces antes de enviarlo. Y luego se habría arrepentido.
Tolkien, el arquitecto de mundos (y de correcciones eternas)
Y luego está J.R.R. Tolkien, el hombre que no escribía novelas, sino que levantaba civilizaciones enteras. Mientras otros escritores creaban personajes, él inventaba razas, idiomas, mitologías y hasta sistemas políticos. Su meticuloso proceso de escritura lo convierte en un referente clave al hablar de los métodos de escritura de autores famosos, ya que su obsesión con el detalle rozaba lo inhumano.
El Señor de los Anillos no nació de un impulso. Fue el resultado de décadas de planificación, bocetos, mapas, árboles genealógicos y lenguas inventadas. Cada página era el producto de una reescritura infinita porque, para Tolkien, si no estaba perfecto, no estaba listo.
Su editor confesó que tuvo que arrancarle literalmente el manuscrito de las manos para poder publicarlo. Si lo hubieran dejado, probablemente aún estaría en su escritorio, con una nota pegada que diría: “Pronto habrá una nueva versión, más precisa, más completa, con apéndices adicionales y quizás un mapa más detallado de la Comarca”. (link interesante).
El perfeccionismo de Tolkien no se limitaba solo al texto. Revisaba hasta los mapas de la Tierra Media para asegurarse de que cada trayecto tuviera sentido geográfico. Si un personaje tardaba tres días en cruzar un bosque, los tiempos debían encajar con el clima, la distancia y la topografía. Imagino que si hubiera escrito un libro sobre un supermercado, habría calculado hasta cuánto tardaba un hobbit en encontrar el pasillo del pan.
No es broma: revisó tantas veces sus textos que su hijo, Christopher Tolkien, pasó décadas publicando los manuscritos inéditos que su padre jamás consideró listos para la imprenta. Porque claro, cuando has creado un universo entero, ¿Cómo decides que ya está terminado?
Entre la velocidad y la meticulosidad
Mientras Kerouac se lanzaba al vacío confiando en el vértigo de la inspiración, estos escritores se sentaban con una lupa, un cincel y probablemente un leve tic nervioso, cincelando cada palabra hasta que la perfección fuera inevitable. Y eso plantea la pregunta del millón: ¿Dónde está el punto medio? ¿Cuándo se deja de pulir y se dice: "basta, esto está listo"?
Porque claro, es fácil reírse del que corrige hasta la desesperación… hasta que te encuentras releyendo tu propio texto por enésima vez y cambiando una palabra que ya habías cambiado cuatro veces antes. Ahí es cuando la realidad golpea: todos llevamos un pequeño Nabokov y un Kerouac peleándose dentro.
Quizá la verdadera diferencia entre estos dos enfoques no está en la velocidad o la paciencia, sino en la batalla interna de cada escritor. Ya seas un torbellino creativo o un obsesivo de la edición, el problema siempre es el mismo: saber cuándo soltar el manuscrito y dejarlo volar.
El eterno debate sobre la escritura y la corrección
Si algo me han enseñado estos genios es que no hay una única forma de escribir. Cada uno de ellos encontró su método, y todos funcionaron. Kerouac dejó que las palabras se derramaran sin freno, como un músico de jazz que improvisa sin mirar atrás. Tolkien construyó su universo como un arquitecto meticuloso que ajusta hasta la última piedra. King excava historias, mientras Nabokov las diseña con la precisión de un relojero.
Y aquí es donde surge la verdadera cuestión incómoda: ¿Cómo demonios saber cuál es el camino correcto? ¿Es mejor escribir con la velocidad de un relámpago o con la paciencia de un escultor renacentista? ¿Dejarse llevar por la primera idea o revisarla hasta el infinito? ¿Cuántas veces hay que corregir una frase antes de que pase de "brillante" a "sobreprocesada y muerta por análisis excesivo"?
La historia de la literatura está llena de autores que defendieron posturas radicalmente opuestas y, aun así, dejaron huella. Kerouac escribía sin parar y apenas corregía, y ahí está En el camino. Nabokov reescribió Lolita hasta el agotamiento, y el resultado es una obra maestra. King cree en la velocidad y la poda quirúrgica. Joyce se pasaba días discutiendo con su propia sombra sobre la ubicación de una coma.
Mientras tanto, los métodos de escritura de autores famosos siguen dividiendo a los escritores de hoy, demostrando que la única regla inquebrantable es la de encontrar un proceso que funcione para cada uno.
¿Quién tiene razón? Todos. Y ninguno.
Lo importante no es el método en sí, sino encontrar el que funciona para cada uno. Y ahí es donde entra el verdadero problema: la lucha interna del escritor. Porque al final, no se trata de quién tiene razón, sino de encontrar ese equilibrio entre la velocidad del relámpago y la precisión del bisturí.
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Hola, Miguel, ¿escritor brújula o mapa? Esto mismo se lo explicaba el otro día a mis alumnas del taller de escritura y, como les dije a ellas, todo depende de la personalidad de cada uno. Si eres metódico, ordenado, detallista, perfeccionista, serás escritor mapa. Si eres todo lo contrario, escritor brújula.
Y, ahora bien, ¿qué soy yo?: me considero perfeccionista y ordenada, sin embargo, no me gusta planificar una novela por ejemplo con sumo detalle, prefiero la libertad creativa que te da la brújula, una chispa, una idea y fluir con la escritura, no siendo rápida, eso no, tomando mi tiempo para escribir y sin corregir, lo que vaya surgiendo. Después de escribirla, la novela me refiero, (en cuadernos casi siempre), es hora de pasarla al ordenador y ahí entra en acción la profesora implacable de lengua, mi otro yo, dando caña al manuscrito original, cortando, pegando, corrigiendo y volviendo a corregir. Y eso es lo que hago yo. Los artículos del blog, pues más o menos igual, aunque los escribo directamente en el ordenador.
Muy buen artículo.
Un abrazo. 🙂
¡Hola, Merche!
Ves, ahí está lo interesante, la conversación, que aunque coincidimos en algunas cosas, cada uno tiene su propio sistema. Lo que cuentas de escribir a mano y luego pasar al ordenador me parece curioso, porque cambia completamente la relación con el texto. Yo suelo escribir directamente en digital matando teclados, pero sí que hace muuuuucho tiempo lo hacía en papel jaja, pero entiendo ese proceso de dejarlo reposar antes de enfrentarte a la fase de edición.
En mi caso, si es algo corto, lo escribo del tirón y luego donde más tiempo paso es en la edición: recortar, añadir, pulir y revisar hasta que quede lo más limpio posible. Con los artículos sí preparo un esbozo, me documento y luego paso por el mismo proceso de edición. Pero en proyectos grandes soy claramente mapa: primero defino la idea, argumento, luego boceto la estructura, creo y defino personajes y ambientación, y cuando tengo claro todo lo esencial, entonces empiezo.
Lo que dices del equilibrio entre brújula y mapa tiene todo el sentido. No todo se puede encasillar en un método único, y al final, lo importante es encontrar lo que mejor funciona para cada historia y para cada persona.
¡Un abrazo! 😊
Soy brújula, sin duda. Lo que más me cuesta es empezar una historia. De hecho, es lo único que me cuesta. Cuando logro ese primer párrafo, esa primera frase, el resto viene rodado. Luego releo entre tres y cinco veces en función de lo que considero que hay que corregir, quitar o añadir. Creo que estoy entre Kerouac y King. Y creo que adjetivo demasiado.:))
¡Buenas, socio! Yo creo que tu estilo está en "Brújula disciplinado", porque escribes sin mapa pero con un proceso de revisión claro. Y sobre los adjetivos… sí, metes muchos, pero no ralentizan, golpean. No adornan, cargan el impacto, casi como si los usaras para martillar al lector.
Tienes un ritmo que no se empantana, sino que acelera y machaca. Si adjetivas mucho, es porque tu estilo es crudo, directo y con una ironía afilada. En lugar de embellecer, hiperbolizas y potencias el sarcasmo, un poco en la línea de Bukowski, la locura de Hunter S. Thompson o el martilleo obsesivo de Bernhard.
Si escribieras más "limpio", perderías esa pegada cínica que te caracteriza. Así que nada, sigue disparando adjetivos como quien suelta hostias literarias. ¡Abrazos, compañero de la Resistencia Bloguera! 🔥
Voy a ser sincero, me tiro a la piscina estudio una idea, la estudio y la creo, pero me cuesta decidir si esta lista para ser publicada, repaso plagio, pues tengo la obsesión de no dejar ni un solo párrafo con similitud de otro sitio, me considero un creador de contenido más que un escritor. Saludos
¡Buenas, Luis!
Me parece interesante lo que dices sobre verte más como un creador de contenido que como un escritor, pero desde el momento en que creas con el propósito de comunicar, también eres escritor. Lo que describes —investigar, pulir, revisar, asegurarte de que tu voz sea única— es un proceso creativo que cualquier escritor meticuloso sigue.
Te entiendo perfectamente porque yo mismo he escrito infinidad de artículos de todo tipo en diferentes blogs y páginas. No voy a dar números para no parecer exagerado ni prepotente (aunque supongo que no se tomaría por prepotencia, sino por lo viejo que se va haciendo uno 😂). Pero sé bien lo que implica crear contenido y la dedicación que requiere. Al final, tanto el que escribe ficción como el que crea contenido (sea del tipo que sea) trabaja con las palabras para transmitir ideas y conocimientos, y ahí es donde está la esencia de la escritura.
¡Un placer leerte y compartir estas reflexiones contigo!
Hola Miguel, bueno, no sé decirte, trataré de explicarte mejor, no me identifico pero si hay ciertas similitudes.
Yo escribo una idea, a lo loco, unas trescientas palabras, más o menos, sin filtro, la releo y corrijo durante al menos una semana, voy cambiando y sí, nunca estás satisfecho, pero de ese así, nunca hubiera publicado nada, creo que eso nos pasa a tod@s.
Una vez que tengo la idea, comienzo a investigar, cambio frases, contexto, etc…
Se queda en borrador, y voy, cada día anterior a la publicación, dando forma, al final suele quedar como tú sabes y ya está.
Ahora viene mi gran reto, un día, escribir un libro.
¡Un abrazo compañero, votado y saludos! 👍😊
¡Buenas, Ric!
Por lo que cuentas, tienes una mezcla interesante de escritor brújula con espíritu de editor perfeccionista. Esa primera escritura a lo loco, sin filtro, es puro instinto creativo, pero luego viene el trabajo de pulir, moldear y afinar la idea hasta que quede lista para compartir. Y sí, esa insatisfacción constante nos persigue a todos… pero como bien dices, si no le pones un punto final, nunca publicaríamos nada.
Conforme voy leyendo más artículos tuyos, veo que no solo tienes calidad, cantidad y mucho que ofrecer, sino que detrás de cada texto hay algo más profundo: el autoconocimiento, la autodisciplina, el querer trascender la mediocridad y mejorar constantemente. Es algo que hemos hablado ya algunas veces, y tú no te quedas en la zona de confort; te arriesgas, das lo mejor y aportas valor, no solo a ti mismo, sino a los demás.
Todo eso, avalado por tu experiencia, merece ser escrito y publicado en ese libro. Así que cuando llegue el momento, ahí estaré para leerlo.
¡Un abrazo, compañero, y a por ello! 📖💪
Wolas!!!
Como siempre, genial el aporte que nos ofreces. Hay anécdotas/historias que las desconocía como la de Bradbury. En mi caso soy más escritora brújula e ir dejando que la historia (o texto del blog) vaya adquiriendo forma a medida que voy avanzando. De ahí que siento que comparto elementos del grupo de la velocidad pues realmente ni les doy mucho giro ni estoy programando. Si no que me siento que soy un vehículo para que lleguen a esta realidad.
Saludos y espero que vaya todo genial!
¡Buenas, Vanessa!
Me alegra que te hayas sentido identificada con la escritura brújula, porque en tu forma de escribir se nota ese dinamismo y esa sensación de ir construyendo sobre la marcha, pero con un orden claro y un estilo fluido. Por ejemplo, en el artículo que acabo de leer tuyo sobre los GEM Awards(https://poluowl.wordpress.com/2025/03/05/gem-awards-mas-que-unos-premios), logras contar la evolución del evento, su estructura y hasta tu implicación personal de una manera cercana, honesta y con mucho ritmo. No solo informas, sino que trasmites el entusiasmo que tienes por el proyecto, y eso hace que el lector se sienta parte de ello.
Creo que esa naturalidad en la narración es lo que hace que cada texto tuyo fluya tan bien. Así que sí, definitivamente encajas en la brújula, pero con un control absoluto del camino. 😉
Hola Tarkion,
una vez más has creado una obra de arte. Un artículo muy original, creativo y útil. No tenía ni idea de cómo grandes nombres de la literatura habían sacado sus obrar adelante pero es interesante saber que cada uno lo hizo a su manera y no por ello han sido obras de menor calado.
Por mi parte, me identifico con Fitzgerald. Soy meticulosa hasta la médula.
¡Felicidades una vez más! 😊
¡Hola, Cristina!
Me alegra verte por aquí y que hayas disfrutado del artículo. Y es que, si algo tengo claro después de leer varios de tus textos, es que dominas el arte de hacer que la información fluya de forma accesible y clara. Siempre logras que el lector se quede con las ideas esenciales sin sentirse abrumado, y eso tiene un mérito enorme.
Por eso no me extraña que te identifiques con Fitzgerald y su meticulosidad. Se nota en cómo estructuraste el artículo sobre psicología en el marketing (https://vivecdotas.com/sapiencia/psicologia-marketing-online-y-offline/): cada punto bien hilado, con ejemplos que aterrizan la teoría y un ritmo que te lleva de principio a fin sin esfuerzo.
¡Un placer leerte siempre! Nos seguimos cruzando en este mundillo de letras. 😊
Mil gracias por tus palabras. Por supuesto que nos seguiremos cruzando. Es un placer leerte y ver cómo poco a poco tu blog va tomando forma 🙂
Interesante artículo, amigo Tarkion, en el mundo de la escritura como aquel que dice el dicho popular "Cada maestrillo tiene su librillo", cada cual tiene su método y esto está muy bien, yo pienso que no hay un método mejor ni peor, si luego tiene éxito pero estará bien, yo no sé que estilo podría yo coincidir, depende, a veces escribo lo que se me viene a la mente, otras veces lo pienso más.
Un abrazo grande.
¡Gracias, Óscar! Totalmente de acuerdo, al final cada uno encuentra su propio método, y lo que le funciona a uno puede no servirle a otro. Lo importante es escribir como te nazca, ya sea dejándote llevar por la inspiración del momento o dándole más vueltas a cada idea. Al final, lo que importa es que disfrutes del proceso.
¡Un abrazo grande, compañero!
La escritura surge como un torrente en mi cabeza. Esa es la base de mi "método". Lo entrecomillo porque en realidad no veo ninguno en mi proceder como escritor (o lo que sea que sea yo). Pero intentaré dar testimonio veraz de los pasos que suelo dar:
Primero me centro en la idea general sobre la que quiero escribir. Voy dorándola como esas piezas de asados que giran en torno a un fuego.
Cuando veo que el concepto sobre el que girará la trama está doradito por al menos un costado me sumerjo en la primera escritura.
Mientras escribo, las ideas me asaltan, son como una cascada de ideas. Y a medida que llegan a mi les voy dando forma casi a la vez.
Es decir, escribo como siguiendo un dictado mental.
Cuando creo que he perfilado lo esencial del relato reviso lo que llevo escrito y corrijo algunas cosas. Es el primer desbastado.
Una vez leído lo que he escrito continúo desarrollando las ideas que me vienen en torno a la trama y decido sobre la marcha si caben o no en el contexto general situando otras ideas en su lugar si procede.
Rectifico a la vez que sigo escribiendo.
Cuando he completado la historia la someto a varias revisiones hasta que estoy casi conforme. Nunca lo llegas a estar del todo.
Puede que el final, la forma en que acabará el relato, me venga a la cabeza durante la escritura del texto o puede que se me haya ocurrido desde el principio.
Lo que sí te digo es que al relato hay que dejarlo reposar al menos veinticuatro horas, porque siempre contendrá algún fallo en el sentido que sea.
Bueno, esto es a grandes rasgos, Tarkion.
Tu post es muy participativo. Enhorabuena.
Un abrazo!
¡Marcos!
Tu proceso de escritura me ha encantado, sobre todo esa imagen del asado dorándose al fuego, que me hace salivar jaja. Además, es una metáfora perfecta porque la escritura, como la cocina, tiene su tiempo de cocción, y cada idea necesita su punto justo antes de estar lista.
Lo que cuentas sobre ese “dictado mental” me recuerda mucho al método de Kerouac, pero con más control y refinamiento sobre la marcha. Es como si tuvieras un pie en la escritura torrencial y otro en la corrección meticulosa, porque no solo dejas fluir las ideas, sino que las vas ajustando en tiempo real. Eso de escribir, corregir y seguir avanzando a la vez suena a una especie de equilibrio entre la espontaneidad y la planificación. Yo por ejemplo no podría hacerlo así. Primero lo hago todo de golpe y luego reviso.
Y lo de dejar reposar el relato al menos 24 horas… totalmente de acuerdo. Es increíble lo que cambia la percepción de un texto cuando le das un respiro. Lo que parecía brillante a las tres de la madrugada puede resultarte un jeroglífico por la mañana.
Al final, cada escritor tiene su propio sistema, aunque no siempre lo identifiquemos como un “método” en sí. Y me alegra que el post te haya parecido participativo, porque de eso se trata: compartir formas de escribir y darnos cuenta de que cada cual tiene su propio caos creativo.
¡Un abrazo y gracias por pasarte!
Hola!
La obsesión de las comas de J. Joyce me ha resultado muy familiar. A mí también me obsesionan, de hecho no paso de párrafo si no he corregido las comas del parrafo anterior. Esas obsesiones ralentizan la escritura. Quizas por ello, soy escritora mapa, aunque la brújula haga incursiones de vez en cuando y acompañe al mapa en la aventura.
Estupendo artículo. Felicidades.
Saludos.
¡Hola, Mayte!
Ves, ahí está la prueba de que la obsesión por las comas es un club con más miembros de los que parece. 😆 Si Joyce te leyera, seguro que te daría una palmadita en la espalda y luego debatiría contigo durante horas sobre si esa coma en tu comentario debería ir ahí o dos palabras más adelante.
Lo que mencionas de no pasar de párrafo sin haber ajustado las comas me parece interesante, porque es un reflejo de ese equilibrio entre mapa y brújula que comentas. En el fondo, hasta los escritores más meticulosos tienen momentos de caos, y los más improvisadores terminan imponiendo cierto orden. La brújula y el mapa no son enemigos, sino compañeros de viaje (aunque a veces uno quiera tirar al otro por la ventana).
Gracias por pasarte y por compartir tu proceso. ¡Saludos, compañera! 😊
Buenas Tarkion, Qué dilema…
Pues mira yo creo que el final de todo esto, es que aquí no hay reglas, y que escribas como escribas…lo que importa es que salga, que fluya, que tenga vida propia. Que alguien lo lea, le guste y sea capaz de decir: es de Tarkion!
Hay quién escribe como un vendaval a lo Kerouac, y quién esculpe palabras en mármol a lo Tolkien, obsesionado con los detalles de la historia de un árbol que aparece medio segundo en una escena (Al que por ejemplo yo, soy incapaz de leer. Perdóóón!!!)
Pero al final, lo único que cuenta es que alguien lo lea, y le remueva algo por dentro (aunque sea una úlcera), porque total, quién puede predecir qué va a gustar y qué no?. A veces, una obra maestra pasa sin pena ni gloria y un texto menor, se convierte en un fenómeno. Cuanto friki tiene su libro?. Los literatos de pura cepa se quedarían con la boca abierta, y una vena palpitándoles la sién.
De momento, según tus comparanzas, mi estilo sería el de Keruac. Me fluyen tantas cosas por la cabeza (puede que impulsadas por la cafeína) que no me daría tiempo a plasmar si usara cincel en lugar de teclas, aunque si me das a elegir, prefiero pensar que mi pluma es más el estilo quijotesco de Cervantes, cuyas magistrales formas me pierden. Aunque no se si cabalgo sobre rocinante o la mula es la que me lleva a rastras. Lo único que tengo claro es que su garbo, desvarío y ese punto de locura lúcida suya, es la que me inspira. Con ella convierte cualquier desventura en algo digno de contar
Eso sí, lo de Stephen King es otro nivel. No solo escribe a velocidad de máquina infernal, sino que enlaza un libro con otro como si tuviera un complot con el diablo para que todos acabemos atrapados en su universo. (Yo creo que de este era la máquina de los querubines..)
Pero Tarkion, aquí te ha faltado uno. El auténtico maestro del vómito literario: EL GRAN ALEJANDRO DUMAS. Ese hombre no escribía, escupía novelas como si tuviera una imprenta en la cabeza. Le faltaba tiempo para llenar el mundo de mosqueteros y condes vengativos, así que tenía un ejército de escritores a su servicio ayudándole a mantener su ritmo sobrehumano. Un auténtico industrial de las letras, que entre folletín y folletín, se permitía el lujo de dar lecciones de vida y crear personajes que siguen vivos siglos después. Dime si eso no es escribir si frenos y sin remordimientos
Así que volviendo al dilema de la escritura, supongo que no hay truco, o el truco esté en escribir como quieras porque total, como te he dicho, hay libros infumables en este mundo que venden millones y obras maestras que leen cuatro gatos con pipa.
Lo importante es que alguien lo disfrute, aunque sea por el placer culpable de poder criticarlo
Eso sí..doblar las esquinas de un libro sigue siendo un crimen de lesa humanidad. Ahí no hay debate. Ahí solo hay condena moral.
Bueno, me voy antes de que me eches con este consejo de Don Quijote: "En fín señor Tarkion, proseguid en vuestra lid escritora según os plazca, mas no olvidéis a Dumas en vuestra próxima empresa. Por los clavos de cristo!! cuidad de no doblar las esquinas de los libros, que ciertas afrentas no hayan redención"
Saludos!!!
¡Finil!
No sabes lo que he disfrutado leyéndote. Has entrado al ruedo con espada en mano, capa al viento y el verbo afilado, como si llevaras a Cervantes en un bolsillo y a Dumas en el otro. Me ha encantado ese tono desenfadado, lúcido y sin pelos en la lengua con el que rematas cada reflexión.
Y sí, me pillaste: me dejé a Dumas fuera, y tienes toda la razón. ¡Error garrafal! Ese hombre era una imprenta con patas, una fábrica de aventuras en modo huracán narrativo (leí que había escrito unas cien mil páginas entre sus textos publicados, toma ya). Lo de escupir novelas debería estudiarse en las universidades como fenómeno paranormal. Yo creo que si hoy viviera, tendría su propio multiverso editorial con spin-offs en todos los idiomas y plataformas posibles.
Pero más allá del festín de referencias, lo que más me ha gustado es la mezcla que haces entre humor, criterio y esa defensa apasionada de la escritura libre, viva, sin fórmulas impuestas. Porque sí, puede que te fluyan las ideas como a Kerouac en plena ruta, pero hay algo en tu manera de contarlo que me suena también a la locura lúcida de Cervantes y a la agilidad narrativa de Bradbury.
Así que tu estilo, querida compañera, es como un cóctel explosivo: cafeína beatnik, verbo cervantino y energía dumasiana con toques de ironía muy tuyos. Una pluma sin frenos, pero con alma. Que no es poco.
Y por supuesto, estoy completamente de acuerdo contigo: doblar las esquinas de un libro es herejía literaria. Que arda el mar, pero las páginas… ¡intactas!
Gracias por dejar un comentario tan vibrante y por sumarte a esta fiesta de estilos. Ya solo por ese final de Don Quijote reencarnado en defensora de las letras, te has ganado un hueco en la próxima antología de almas literarias que escriben como les da la realísima gana 😂
¡Un abrazo con todo el respeto… y con las esquinas bien rectas!
¡Qué detallado, Miguel!
Había leído algo sobre algunos de estos escritores y su forma de trabajar, pero me ha gustado cómo nos has mostrado sus procesos de escritura.
Como sólo escribo en el blog, cuando lo hago no tengo facilidad para realizarlo de forma rápida y fluida, sino que todo va saliendo muy poco a poco. Perímetro realizo un esquema del trimestre o la temporada con los temas o las ideas a tratar. Antes de comenzar cada publicación deben encajar en mi mente los textos y las músicas, relacionarlas con el tema que tratan, buscar información, elegir las versiones que van a aparecer… En fin, entre una cosa y otra me lleva varias sesiones comenzar a tener clara la publicación, encontrar el tono y preparar un esquema que voy a desarrollar. Todo es muy lento y me lleva prácticamente toda la semana prepararlo.
Creo que queda claro a quienes no me parezco.
Un fuerte abrazo, tocayo 🙂
¡Miguel, tocayo!
Tu comentario me ha encantado porque, además de contar con detalle tu método, refleja algo que muchas veces se pasa por alto: el proceso de maduración de las ideas no siempre es rápido, pero eso no le quita ni un ápice de profundidad o calidad al resultado final.
Lo que describes —ese trabajo de buscar la conexión entre texto y música, encontrar el tono justo y preparar el esquema de cada entrada— me parece casi un proceso de orfebrería narrativa. Es como si fueras un Tolkien del blogging musical, construyendo no solo un texto, sino una experiencia completa para el lector y el oyente. No es tanto velocidad como afinación, como si estuvieras afinando cada cuerda antes de dar el primer acorde.
Además, me gusta que asumas con naturalidad tu ritmo, porque al final de eso se trata: de conocer tu proceso y respetarlo. Como decía en el artículo, no hay un método mejor que otro. Hay el que te permite hacer que tu contenido cobre vida. Y tú, con ese enfoque cuidadoso, consigues que cada publicación tenga alma propia.
Así que, aunque no te sientas cercano a los Kerouac o los King de la vida, que escribían como si tuvieran el teclado en llamas, lo importante es que tu método funciona para ti. Y se nota en el mimo con que presentas cada entrada de tu blog.
¡Un fuerte abrazo, Miguel, y que siga fluyendo esa combinación tan tuya de texto y melodía!