Una autopista infinita bajo un cielo estrellado, simbolizando los métodos de escritura de autores famosos como un viaje creativo sin destino fijo.

Métodos de escritura de autores famosos: ¿Cuál eres tú?

Jack Kerouac me diría que escribir es como lanzarse a la carretera sin un mapa, con solo una máquina de escribir y una garrafa de café. ¿Plan? No, gracias. Solo velocidad, vértigo y un leve aroma a desesperación creativa. F. Scott Fitzgerald, en cambio, me miraría con cara de “¿Pero tú has visto cómo tengo corregido este manuscrito?” y volvería a reescribir la misma frase por décima vez. Y probablemente cambiaría una coma, solo para quitarla media hora después. Entre estos dos extremos se mueven los métodos de escritura de autores famosos, desde los que escriben con la intensidad de un vendaval hasta los que cincelan cada palabra con precisión obsesiva.

Algunos creen en la velocidad y la espontaneidad, en atrapar la historia antes de que se les escape, como si fuera un pez resbaladizo que no se deja pescar dos veces. Otros, en cambio, prefieren esculpir cada palabra hasta que brille como si hubiera sido cincelada en mármol. Literalmente. Tardan tanto que probablemente han considerado tallar la versión final en piedra.

Un escritorio caótico con notas dispersas y una taza de café, reflejando los métodos de escritura de autores famosos y su proceso creativo.

Velocidad contra perfección: una batalla literaria

La pregunta es: ¿Qué método es mejor? Para responder, tengo que hacer un viaje por la mente de los más grandes. Me subo al coche de Kerouac, que probablemente sea un viejo Cadillac con olor a carretera, noches en vela y un ligero toque de sudor existencial. Acelero sin mirar atrás.

Antes de darme cuenta, Nabokov me detiene en seco. No con un alto en la autopista, sino con un montón de fichas ordenadas de manera obsesiva, como un bibliotecario con trastorno del control absoluto. “No puedes seguir sin entender la estructura”, me dice, mientras revisa mi itinerario con una lupa. Yo asiento, pero, en cuanto se distrae, arranco de nuevo.

Al poco rato, tomo un desvío hasta la casa de George R.R. Martin. Me recibe en bata, con ojeras y con un pergamino lleno de excusas perfectamente justificadas sobre por qué aún no ha terminado Vientos de invierno. “Es que verás”, empieza a decirme, pero yo ya estoy otra vez en la carretera.

La eterna lucha entre creatividad y control

Por un lado, está el instinto puro: la escritura que brota sin filtro, sin miedo, sin frenos. Como si las palabras cayeran del cielo y el escritor solo tuviera que atraparlas antes de que se pierdan en la nada. Por otro, el arte de la corrección milimétrica, la manía de quienes creen que cada palabra cuenta y que ninguna debe ser puesta a la ligera. (Probablemente también crean que doblar las esquinas de los libros es un crimen).

En medio de todo, un dilema eterno: ¿escribir sin control o pulir hasta que duela? Acompáñame, porque esto no va solo de literatura. Va de la batalla entre el caos y el orden, entre la improvisación y la estrategia, entre dejarse llevar y corregir hasta la extenuación… o corregir tanto que el texto nunca salga del maldito cajón.

Escribir como un relámpago: la filosofía de la velocidad

Jack Kerouac no escribía. Descargaba palabras como un relámpago en mitad de una tormenta eléctrica. "En el camino" nació en un rollo de 36 metros de papel teletipo, escrito en un frenesí casi místico, sin pausas, sin correcciones, sin detenerse a preguntarse si lo que estaba escribiendo tenía sentido. Y eso era precisamente lo que lo hacía tan auténtico. Un estilo que no solo definiría la literatura Beat, sino que marcaría a generaciones enteras de escritores con su energía cruda y su sensación de viaje sin destino fijo.(Enlace)

La máquina de escribir era su pedal de acelerador, y él lo pisaba a fondo, como si una frase demasiado lenta pudiera arruinar toda la esencia del viaje. ¿Edición? Ni hablar. ¿Fluidez? Absoluta. Para Kerouac, la pureza de la primera idea era sagrada. Editar era como detener un río para analizar cada gota de agua.

Un Cadillac solitario en una carretera nocturna, evocando el espíritu de los métodos de escritura de autores famosos como Jack Kerouac.

"Escribe lo que quieras desde el fondo de la mente", decía. Y uno puede imaginarlo, con los ojos inyectados en cafeína, tipeando con la misma urgencia de alguien que intenta anotar una profecía antes de que se desvanezca en el aire. Si le hubieras mencionado la palabra "revisión", probablemente te habría lanzado una mirada de desprecio, o peor aún, te habría soltado un monólogo beatnik de tres horas sobre cómo la edición mata la autenticidad.


El método King: rapidez con bisturí

Kerouac no es el único profeta de la velocidad. Stephen King también defiende la idea de que la escritura debe fluir como un torrente. Pero aquí viene la diferencia: King sí edita. Y lo hace con precisión quirúrgica.

Su regla de oro es clara: un borrador terminado en tres meses. No seis. No un año. Tres meses. Y luego, a la fase de poda: cortar un 10% del texto (enlace).

Sin miramientos. Sin sentimentalismos. Si una frase no aporta algo esencial, King la fulmina sin pestañear.

Lo cual suena fácil, salvo para los que intentamos reducir el 10% y terminamos agregando otro 15% porque "bueno, ahora que lo releo, esta parte necesita más contexto".

King compara el proceso con la arqueología. "La historia ya está ahí, solo tienes que excavarla", dice. Pero a diferencia de Kerouac, él no deja la piedra bruta sin pulir. Escribe rápido, sí, pero después saca el bisturí y elimina lo innecesario sin piedad. Esa combinación entre velocidad y precisión lo convierte en un referente dentro de los métodos de escritura de autores famosos.

Si Kerouac era un huracán que arrasaba todo a su paso, King es el cirujano que corta lo que sobra sin titubear. No se obsesiona con la perfección, pero tampoco deja que la espontaneidad lo arrastre a terrenos peligrosos. Su secreto es este: escribir con el instinto encendido y editar con la lógica afilada.

Ray Bradbury y la escritura a contrarreloj

Y luego está Ray Bradbury, el escritor que literalmente pagaba por escribir. Mientras otros autores buscaban inspiración en largas caminatas o botellas de whisky, él metía monedas en una máquina de escribir pública como si estuviera alimentando a un monstruo mecánico.

Fahrenheit 451 nació en el sótano de la biblioteca de la UCLA, donde Bradbury alquilaba una máquina de escribir por diez centavos la media hora. Nueve días y nueve dólares con ochenta centavos después, tenía la primera versión de su novela(enlace). Sí, menos de lo que cuesta un gin tonic hoy en día. (Lo cual es una tragedia por sí misma).

Pero lo interesante no es solo la rapidez con la que escribió, sino su filosofía. Bradbury no creía en los bloqueos. ¿Atascado? No, amigo, escribe. ¿No sabes por dónde seguir? Escribe más. ¿Sientes que lo que estás escribiendo es terrible? Bueno, escríbelo igual y preocúpate después.

"Escribe con entusiasmo o no escribas en absoluto", decía. Para él, la escritura era un acto de energía pura, un salto al vacío sin paracaídas ni segundas oportunidades. Si una historia no fluía naturalmente, es que no debía escribirse.

Y esa energía se nota en su estilo: rápido, vibrante, sin frenos. Sus historias no caminan, corren. Sus frases no respiran, se lanzan en cascada como si tuvieran prisa por llegar a su destino. No hay pausas, no hay tiempo para cuestionarse nada.


Cuando la velocidad no es suficiente

Pero no todo en la literatura es vértigo y adrenalina. Por cada Kerouac que escupe palabras como un volcán en erupción, hay un Nabokov que las coloca con precisión quirúrgica. Por cada King que excava historias con rapidez, hay un Tolkien que revisa y expande su mundo hasta que cada detalle encaje como una pieza de orfebrería.

Aquí es donde surge la gran pregunta: ¿y qué pasa si ninguno de estos métodos te funciona? Porque escribir rápido está bien, pero no si lo que produces es una masa de palabras sin sentido. Y escribir despacio puede ser ideal, pero no si acabas en un limbo eterno de correcciones sin publicar nada.

Así que, mientras algunos escritores confían en la velocidad y la inspiración, otros creen que la verdadera magia está en el trabajo meticuloso. Lo curioso es que, cuando se analizan los métodos de escritura de autores famosos, no hay una única respuesta correcta. ¿Y si ambos tienen razón? O peor aún, ¿y si ninguno la tiene?

La pregunta sigue en el aire: ¿Qué método es mejor? O mejor dicho, ¿Qué método funciona para ti? Porque, en última instancia, no se trata de escribir rápido o escribir despacio, sino de escribir de la manera que haga que tus historias cobren vida.

Una biblioteca con libros flotando en el aire, ilustrando los métodos de escritura de autores famosos obsesionados con la perfección.

La escritura como artesanía: perfeccionistas en acción

Si Kerouac era un torbellino, Fitzgerald era un cirujano con el bisturí en la mano y el pulso tembloroso de tanto café. No escribía, tallaba. El Gran Gatsby no fue redactado, fue esculpido palabra por palabra, como un escultor quitando el mármol sobrante hasta encontrar la forma perfecta.

Una frase aquí, otra allá, un ritmo que debía ser impecable, una cadencia que debía sonar como jazz en la página. Pero claro, cuando alguien edita con obsesión, siempre hay un Hemingway cerca para darle una colleja.

Hemingway, que escribía con la misma economía de palabras con la que bebía whisky (es decir, sin dejar ni una gota), miraba a Fitzgerald con la ceja levantada y le decía que dejara de pulir el maldito texto. ¿Y qué hacía Fitzgerald? Pulirlo aún más. Se cuenta que llegó a reescribir El Gran Gatsby entero varias veces, hasta que cada frase parecía sacada de una pieza de orfebrería literaria. Si lo hubieras dejado, probablemente aún estaría reescribiendo la primera página. Este nivel de perfeccionismo es lo que define muchos de los métodos de escritura de autores famosos, donde la obsesión por la precisión puede ser tanto una bendición como una maldición.


Nabokov y su obsesión por las fichas

Y luego tenemos a Vladimir Nabokov, el escritor que no redactaba, sino que ensamblaba. Mientras otros autores se apoyaban en cuadernos o máquinas de escribir, Nabokov construía sus novelas en fichas de cartón, como un arquitecto obsesionado con cada ladrillo.

Cada fragmento de Lolita fue escrito en tarjetas individuales y luego reorganizado con la precisión de un neurocirujano que juega al Tetris con párrafos enteros.

¿Que quería mover un párrafo? Nada de tachar y reescribir: sacaba la ficha y la ponía en otro sitio. Este método, que suena como la pesadilla logística de cualquier editor, le permitía obsesionarse con la estructura hasta alcanzar la perfección.

Y vaya si lo consiguió: cada frase de Lolita está tan milimétricamente calibrada que no parece escrita, sino diseñada. No hay una palabra fuera de lugar. No hay una pausa sin intención. Es un reloj suizo convertido en literatura.

James Joyce y la guerra contra las comas

Si hablamos de perfeccionismo extremo, hay que encender una vela y hacer una reverencia a James Joyce, el hombre que podía pasar una semana entera debatiendo consigo mismo sobre si una coma debía estar ahí… o no.

No estamos hablando de un par de revisiones rápidas, no. Estamos hablando de un tipo que tardó siete años en escribir Ulises y diecisiete en terminar Finnegans Wake. Diecisiete años. Para un libro. La mayoría de nosotros no podemos esperar ni tres días para recibir un paquete de Amazon.(Enlace interesante… sobre Joyce, no sobre el paquete de Amazon)

Joyce no solo editaba, luchaba cuerpo a cuerpo con el idioma. Cada palabra tenía que resonar como una sinfonía en su cabeza, encajar en un flujo de conciencia que pareciera natural, pero que en realidad estaba afilado hasta lo obsesivo.

Si eso significaba pasar toda una mañana poniendo una coma y toda la tarde quitándola, pues así lo hacía. La escritura no era solo escritura, era una guerra abierta contra la imperfección. ¿El enemigo? Cualquier frase que no sonara exactamente como debía sonar.

Imagino que si alguna vez hubiera escrito un mensaje de texto, lo habría corregido treinta veces antes de enviarlo. Y luego se habría arrepentido.


Una gran biblioteca antigua con estanterías infinitas llenas de mapas, manuscritos y libros misteriosos, evocando la meticulosidad de Tolkien.

Tolkien, el arquitecto de mundos (y de correcciones eternas)

Y luego está J.R.R. Tolkien, el hombre que no escribía novelas, sino que levantaba civilizaciones enteras. Mientras otros escritores creaban personajes, él inventaba razas, idiomas, mitologías y hasta sistemas políticos. Su meticuloso proceso de escritura lo convierte en un referente clave al hablar de los métodos de escritura de autores famosos, ya que su obsesión con el detalle rozaba lo inhumano.

El Señor de los Anillos no nació de un impulso. Fue el resultado de décadas de planificación, bocetos, mapas, árboles genealógicos y lenguas inventadas. Cada página era el producto de una reescritura infinita porque, para Tolkien, si no estaba perfecto, no estaba listo.

Su editor confesó que tuvo que arrancarle literalmente el manuscrito de las manos para poder publicarlo. Si lo hubieran dejado, probablemente aún estaría en su escritorio, con una nota pegada que diría: “Pronto habrá una nueva versión, más precisa, más completa, con apéndices adicionales y quizás un mapa más detallado de la Comarca”. (link interesante).

El perfeccionismo de Tolkien no se limitaba solo al texto. Revisaba hasta los mapas de la Tierra Media para asegurarse de que cada trayecto tuviera sentido geográfico. Si un personaje tardaba tres días en cruzar un bosque, los tiempos debían encajar con el clima, la distancia y la topografía. Imagino que si hubiera escrito un libro sobre un supermercado, habría calculado hasta cuánto tardaba un hobbit en encontrar el pasillo del pan.

No es broma: revisó tantas veces sus textos que su hijo, Christopher Tolkien, pasó décadas publicando los manuscritos inéditos que su padre jamás consideró listos para la imprenta. Porque claro, cuando has creado un universo entero, ¿Cómo decides que ya está terminado? 

Entre la velocidad y la meticulosidad

Mientras Kerouac se lanzaba al vacío confiando en el vértigo de la inspiración, estos escritores se sentaban con una lupa, un cincel y probablemente un leve tic nervioso, cincelando cada palabra hasta que la perfección fuera inevitable. Y eso plantea la pregunta del millón: ¿Dónde está el punto medio? ¿Cuándo se deja de pulir y se dice: "basta, esto está listo"?

Porque claro, es fácil reírse del que corrige hasta la desesperación… hasta que te encuentras releyendo tu propio texto por enésima vez y cambiando una palabra que ya habías cambiado cuatro veces antes. Ahí es cuando la realidad golpea: todos llevamos un pequeño Nabokov y un Kerouac peleándose dentro.

Quizá la verdadera diferencia entre estos dos enfoques no está en la velocidad o la paciencia, sino en la batalla interna de cada escritor. Ya seas un torbellino creativo o un obsesivo de la edición, el problema siempre es el mismo: saber cuándo soltar el manuscrito y dejarlo volar.


El eterno debate sobre la escritura y la corrección

Si algo me han enseñado estos genios es que no hay una única forma de escribir. Cada uno de ellos encontró su método, y todos funcionaron. Kerouac dejó que las palabras se derramaran sin freno, como un músico de jazz que improvisa sin mirar atrás. Tolkien construyó su universo como un arquitecto meticuloso que ajusta hasta la última piedra. King excava historias, mientras Nabokov las diseña con la precisión de un relojero.

Y aquí es donde surge la verdadera cuestión incómoda: ¿Cómo demonios saber cuál es el camino correcto? ¿Es mejor escribir con la velocidad de un relámpago o con la paciencia de un escultor renacentista? ¿Dejarse llevar por la primera idea o revisarla hasta el infinito? ¿Cuántas veces hay que corregir una frase antes de que pase de "brillante" a "sobreprocesada y muerta por análisis excesivo"?

La historia de la literatura está llena de autores que defendieron posturas radicalmente opuestas y, aun así, dejaron huella. Kerouac escribía sin parar y apenas corregía, y ahí está En el camino. Nabokov reescribió Lolita hasta el agotamiento, y el resultado es una obra maestra. King cree en la velocidad y la poda quirúrgica. Joyce se pasaba días discutiendo con su propia sombra sobre la ubicación de una coma.

Mientras tanto, los métodos de escritura de autores famosos siguen dividiendo a los escritores de hoy, demostrando que la única regla inquebrantable es la de encontrar un proceso que funcione para cada uno.

¿Quién tiene razón? Todos. Y ninguno.

Lo importante no es el método en sí, sino encontrar el que funciona para cada uno. Y ahí es donde entra el verdadero problema: la lucha interna del escritor. Porque al final, no se trata de quién tiene razón, sino de encontrar ese equilibrio entre la velocidad del relámpago y la precisión del bisturí.


Un estudio de escritor caótico lleno de manuscritos y una máquina de escribir.

Mi propio caos creativo (y el de todos nosotros)

Claro, llevo todo el artículo hablando de autores famosos, auténticos genios de la literatura, y ahora me pongo a hablar de cómo lo hago yo. Más de uno estará arqueando la ceja.

¡Ni os atreváis! ¿Para qué creéis que los he traído como invitados a mi artículo? Exacto, ni más ni menos que para evaluar cómo escribimos nosotros. Para que cada cual vea con quién se identifica más. Así que bajad esa ceja y seguid leyendo, que aquí no hemos venido a dudar, sino a escribir.


El caos y la obsesión: mi método de escritura

Mi proceso de escritura es una mezcla entre una tormenta descontrolada y una sesión de edición compulsiva. Primero, escribo sin parar, sin filtros, sin mirar atrás, como si las palabras fueran arena deslizándose entre los dedos y tuviera que atraparlas antes de que desaparezcan.

Y luego… llega la fase oscura.

Aquí es donde entro en una espiral de correcciones compulsivas. Quito una palabra, la vuelvo a poner, reescribo una frase entera, borro un párrafo, lo vuelvo a añadir como si estuviera intentando resucitar a Frankenstein a base de cambios sintácticos.

La edición se convierte en una batalla psicológica contra mí mismo. ¿Dejo esto así? ¿Lo mejoro? ¿Es suficiente? ¿Demasiado? Y cuando creo que ya lo tengo… una vocecita en mi cabeza dice: "Venga, léelo otra vez. Solo por si acaso".

Y así es como se pierde la cordura.


La lucha interminable contra la perfección

Si me dejara llevar, nunca terminaría nada. Y sé que no soy el único. Fitzgerald corregía hasta la extenuación. Tolkien no soltaba sus manuscritos ni a punta de espada. Martin sigue atrapado en su propio laberinto de capítulos inacabados. Los métodos de escritura de autores famosos varían, pero hay algo que comparten: la lucha constante contra la insatisfacción.

¿Cómo se vence esa obsesión?

No se vence. Solo se aprende a soltar.

En algún punto hay que decidir que ya está. Que el texto ha madurado lo suficiente y que, aunque siempre podrías mejorarlo, también podrías arruinarlo si sigues tocándolo. Es un acto de fe. De valentía. De aceptar que ninguna obra es perfecta, pero que eso no la hace menos valiosa.


Una máquina de escribir flotante en el cosmos, simbolizando los métodos de escritura de distintos autores y el poder infinito de la creatividad.

¿Y tú? ¿Con quién te identificas?

Ahora es tu turno. ¿Eres un Kerouac o un Nabokov? ¿Tu escritura es una ráfaga salvaje de inspiración, puro instinto, como si te poseyera un espíritu literario que exige ser exorcizado sobre el teclado? ¿O eres más del equipo bisturí, de los que tallan cada frase con precisión quirúrgica, puliéndola hasta que brille como un diamante maldito, sin permitir que una sola palabra escape sin haber sido diseccionada antes?


La eterna pelea entre la musa y la tijera: los métodos de escritura de autores famosos

Tal vez, como yo, estés atrapado entre ambos extremos. En ese punto intermedio donde la creatividad y la obsesión se pelean como dos perros en un callejón literario.

Un día te sientes un genio incomprendido, vomitando palabras a la velocidad de la luz, convencido de que esto es arte en su forma más pura, que la historia se está escribiendo sola y que todo fluye con una naturalidad asombrosa. Al siguiente, miras tu texto con una mezcla de pánico y autodesprecio, preguntándote cómo pudiste escribir semejante basura. De pronto, la única solución viable parece mudarte a una cueva donde nadie te obligue a volver a juntar dos palabras nunca más.

Y así es el ciclo. Un día, sientes que has creado una obra maestra. Al siguiente, te preguntas si lo mejor sería fingir que ese documento nunca existió.


El veredicto final: ¿Qué tipo de escritor eres?

Así que dime, ¿cómo escribes tú? ¿Te lanzas sin frenos, con la misma despreocupación con la que un niño se arroja a la piscina sin comprobar si hay agua? ¿O eres del tipo que organiza cada palabra como si estuviera construyendo una catedral gótica, midiendo cada sílaba con regla y compás?

Déjamelo en los comentarios. Y no, no hace falta que te obsesiones releyendo lo que escribes aquí. Prometo que nadie te va a juzgar si no corriges tres veces tu respuesta antes de publicarla.

(Bueno, quizá Nabokov lo haría. Pero ese ya está muerto, así que podemos relajarnos.)

Porque si hay algo que todos los escritores compartimos, independientemente de nuestro método, es la certeza de que nunca estamos completamente satisfechos con lo que hemos escrito. Da igual si seguimos los métodos de escritura de autores famosos o hemos desarrollado el nuestro propio, siempre hay un detalle que podríamos pulir, una frase que sonar mejor o un párrafo que parece estar gritando por una última revisión.

Y quizás, solo quizás, esa sea la prueba definitiva de que estamos haciendo algo bien.

O la maldición de este oficio. Porque si alguna vez terminamos un texto sin sentir que podríamos haberlo mejorado, probablemente sea el día en que dejemos de escribir.

O quizás solo estamos atrapados en un ciclo eterno de dudas. Pero bueno, ¿Quién dijo que escribir era fácil?



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Mercedes Soriano Trapero
5 de marzo de 2025 09:16

Hola, Miguel, ¿escritor brújula o mapa? Esto mismo se lo explicaba el otro día a mis alumnas del taller de escritura y, como les dije a ellas, todo depende de la personalidad de cada uno. Si eres metódico, ordenado, detallista, perfeccionista, serás escritor mapa. Si eres todo lo contrario, escritor brújula.
Y, ahora bien, ¿qué soy yo?: me considero perfeccionista y ordenada, sin embargo, no me gusta planificar una novela por ejemplo con sumo detalle, prefiero la libertad creativa que te da la brújula, una chispa, una idea y fluir con la escritura, no siendo rápida, eso no, tomando mi tiempo para escribir y sin corregir, lo que vaya surgiendo. Después de escribirla, la novela me refiero, (en cuadernos casi siempre), es hora de pasarla al ordenador y ahí entra en acción la profesora implacable de lengua, mi otro yo, dando caña al manuscrito original, cortando, pegando, corrigiendo y volviendo a corregir. Y eso es lo que hago yo. Los artículos del blog, pues más o menos igual, aunque los escribo directamente en el ordenador.
Muy buen artículo.
Un abrazo. 🙂

Cabrónidas
5 de marzo de 2025 11:50

Soy brújula, sin duda. Lo que más me cuesta es empezar una historia. De hecho, es lo único que me cuesta. Cuando logro ese primer párrafo, esa primera frase, el resto viene rodado. Luego releo entre tres y cinco veces en función de lo que considero que hay que corregir, quitar o añadir. Creo que estoy entre Kerouac y King. Y creo que adjetivo demasiado.:))

sLuis
5 de marzo de 2025 12:22

Voy a ser sincero, me tiro a la piscina estudio una idea, la estudio y la creo, pero me cuesta decidir si esta lista para ser publicada, repaso plagio, pues tengo la obsesión de no dejar ni un solo párrafo con similitud de otro sitio, me considero un creador de contenido más que un escritor. Saludos

Ric
Ric
5 de marzo de 2025 13:09

Hola Miguel, bueno, no sé decirte, trataré de explicarte mejor, no me identifico pero si hay ciertas similitudes.
Yo escribo una idea, a lo loco, unas trescientas palabras, más o menos, sin filtro, la releo y corrijo durante al menos una semana, voy cambiando y sí, nunca estás satisfecho, pero de ese así, nunca hubiera publicado nada, creo que eso nos pasa a tod@s.
Una vez que tengo la idea, comienzo a investigar, cambio frases, contexto, etc…
Se queda en borrador, y voy, cada día anterior a la publicación, dando forma, al final suele quedar como tú sabes y ya está.
Ahora viene mi gran reto, un día, escribir un libro.

¡Un abrazo compañero, votado y saludos! 👍😊

Hedwig
Hedwig
5 de marzo de 2025 14:59

Wolas!!!

Como siempre, genial el aporte que nos ofreces. Hay anécdotas/historias que las desconocía como la de Bradbury. En mi caso soy más escritora brújula e ir dejando que la historia (o texto del blog) vaya adquiriendo forma a medida que voy avanzando. De ahí que siento que comparto elementos del grupo de la velocidad pues realmente ni les doy mucho giro ni estoy programando. Si no que me siento que soy un vehículo para que lleguen a esta realidad.

Saludos y espero que vaya todo genial!

Cristina
5 de marzo de 2025 15:31

Hola Tarkion,

una vez más has creado una obra de arte. Un artículo muy original, creativo y útil. No tenía ni idea de cómo grandes nombres de la literatura habían sacado sus obrar adelante pero es interesante saber que cada uno lo hizo a su manera y no por ello han sido obras de menor calado.
Por mi parte, me identifico con Fitzgerald. Soy meticulosa hasta la médula.
¡Felicidades una vez más! 😊

Cristina
Responder a  Tarkion
5 de marzo de 2025 19:20

Mil gracias por tus palabras. Por supuesto que nos seguiremos cruzando. Es un placer leerte y ver cómo poco a poco tu blog va tomando forma 🙂

Oscar Iglesias Casado
6 de marzo de 2025 08:45

Interesante artículo, amigo Tarkion, en el mundo de la escritura como aquel que dice el dicho popular "Cada maestrillo tiene su librillo", cada cual tiene su método y esto está muy bien, yo pienso que no hay un método mejor ni peor, si luego tiene éxito pero estará bien, yo no sé que estilo podría yo coincidir, depende, a veces escribo lo que se me viene a la mente, otras veces lo pienso más.

Un abrazo grande.

Marcos Manuel Sanchez Sanchez
7 de marzo de 2025 12:05

La escritura surge como un torrente en mi cabeza. Esa es la base de mi "método". Lo entrecomillo porque en realidad no veo ninguno en mi proceder como escritor (o lo que sea que sea yo). Pero intentaré dar testimonio veraz de los pasos que suelo dar:

Primero me centro en la idea general sobre la que quiero escribir. Voy dorándola como esas piezas de asados que giran en torno a un fuego.
Cuando veo que el concepto sobre el que girará la trama está doradito por al menos un costado me sumerjo en la primera escritura.
Mientras escribo, las ideas me asaltan, son como una cascada de ideas. Y a medida que llegan a mi les voy dando forma casi a la vez.
Es decir, escribo como siguiendo un dictado mental.
Cuando creo que he perfilado lo esencial del relato reviso lo que llevo escrito y corrijo algunas cosas. Es el primer desbastado.
Una vez leído lo que he escrito continúo desarrollando las ideas que me vienen en torno a la trama y decido sobre la marcha si caben o no en el contexto general situando otras ideas en su lugar si procede.
Rectifico a la vez que sigo escribiendo.
Cuando he completado la historia la someto a varias revisiones hasta que estoy casi conforme. Nunca lo llegas a estar del todo.
Puede que el final, la forma en que acabará el relato, me venga a la cabeza durante la escritura del texto o puede que se me haya ocurrido desde el principio.
Lo que sí te digo es que al relato hay que dejarlo reposar al menos veinticuatro horas, porque siempre contendrá algún fallo en el sentido que sea.
Bueno, esto es a grandes rasgos, Tarkion.
Tu post es muy participativo. Enhorabuena.
Un abrazo!

Mayte López
11 de marzo de 2025 21:33

Hola!
La obsesión de las comas de J. Joyce me ha resultado muy familiar. A mí también me obsesionan, de hecho no paso de párrafo si no he corregido las comas del parrafo anterior. Esas obsesiones ralentizan la escritura. Quizas por ello, soy escritora mapa, aunque la brújula haga incursiones de vez en cuando y acompañe al mapa en la aventura.
Estupendo artículo. Felicidades.
Saludos.

finil
finil
1 de abril de 2025 09:13

Buenas Tarkion, Qué dilema…
Pues mira yo creo que el final de todo esto, es que aquí no hay reglas, y que escribas como escribas…lo que importa es que salga, que fluya, que tenga vida propia. Que alguien lo lea, le guste y sea capaz de decir: es de Tarkion!
Hay quién escribe como un vendaval a lo Kerouac, y quién esculpe palabras en mármol a lo Tolkien, obsesionado con los detalles de la historia de un árbol que aparece medio segundo en una escena (Al que por ejemplo yo, soy incapaz de leer. Perdóóón!!!)
Pero al final, lo único que cuenta es que alguien lo lea, y le remueva algo por dentro (aunque sea una úlcera), porque total, quién puede predecir qué va a gustar y qué no?. A veces, una obra maestra pasa sin pena ni gloria y un texto menor, se convierte en un fenómeno. Cuanto friki tiene su libro?. Los literatos de pura cepa se quedarían con la boca abierta, y una vena palpitándoles la sién.
De momento, según tus comparanzas, mi estilo sería el de Keruac. Me fluyen tantas cosas por la cabeza (puede que impulsadas por la cafeína) que no me daría tiempo a plasmar si usara cincel en lugar de teclas, aunque si me das a elegir, prefiero pensar que mi pluma es más el estilo quijotesco de Cervantes, cuyas magistrales formas me pierden. Aunque no se si cabalgo sobre rocinante o la mula es la que me lleva a rastras. Lo único que tengo claro es que su garbo, desvarío y ese punto de locura lúcida suya, es la que me inspira. Con ella convierte cualquier desventura en algo digno de contar
Eso sí, lo de Stephen King es otro nivel. No solo escribe a velocidad de máquina infernal, sino que enlaza un libro con otro como si tuviera un complot con el diablo para que todos acabemos atrapados en su universo. (Yo creo que de este era la máquina de los querubines..)
Pero Tarkion, aquí te ha faltado uno. El auténtico maestro del vómito literario: EL GRAN ALEJANDRO DUMAS. Ese hombre no escribía, escupía novelas como si tuviera una imprenta en la cabeza. Le faltaba tiempo para llenar el mundo de mosqueteros y condes vengativos, así que tenía un ejército de escritores a su servicio ayudándole a mantener su ritmo sobrehumano. Un auténtico industrial de las letras, que entre folletín y folletín, se permitía el lujo de dar lecciones de vida y crear personajes que siguen vivos siglos después. Dime si eso no es escribir si frenos y sin remordimientos
Así que volviendo al dilema de la escritura, supongo que no hay truco, o el truco esté en escribir como quieras porque total, como te he dicho, hay libros infumables en este mundo que venden millones y obras maestras que leen cuatro gatos con pipa.
Lo importante es que alguien lo disfrute, aunque sea por el placer culpable de poder criticarlo
Eso sí..doblar las esquinas de un libro sigue siendo un crimen de lesa humanidad. Ahí no hay debate. Ahí solo hay condena moral.
Bueno, me voy antes de que me eches con este consejo de Don Quijote: "En fín señor Tarkion, proseguid en vuestra lid escritora según os plazca, mas no olvidéis a Dumas en vuestra próxima empresa. Por los clavos de cristo!! cuidad de no doblar las esquinas de los libros, que ciertas afrentas no hayan redención"
Saludos!!!

Miguelángel Díaz
Miguelángel Díaz
4 de abril de 2025 19:57

¡Qué detallado, Miguel!
Había leído algo sobre algunos de estos escritores y su forma de trabajar, pero me ha gustado cómo nos has mostrado sus procesos de escritura.
Como sólo escribo en el blog, cuando lo hago no tengo facilidad para realizarlo de forma rápida y fluida, sino que todo va saliendo muy poco a poco. Perímetro realizo un esquema del trimestre o la temporada con los temas o las ideas a tratar. Antes de comenzar cada publicación deben encajar en mi mente los textos y las músicas, relacionarlas con el tema que tratan, buscar información, elegir las versiones que van a aparecer… En fin, entre una cosa y otra me lleva varias sesiones comenzar a tener clara la publicación, encontrar el tono y preparar un esquema que voy a desarrollar. Todo es muy lento y me lleva prácticamente toda la semana prepararlo.
Creo que queda claro a quienes no me parezco.
Un fuerte abrazo, tocayo 🙂

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