Nota del Autor
Soñé con un día que nunca llegaba,
tecleando un destino escrito en sombras,
mi yo futuro desvaneciéndose,
como cenizas en un reloj de arena.
El sonido de las teclas perforaba el silencio de la habitación. Una cadencia hipnótica, rítmica, como el latido de un corazón condenado.
El anciano, sentado en su butaca de siempre, sintió cómo la sangre se le helaba al ver aquella silueta frente al ordenador. Su silueta. Pero no la de ahora.
Más joven. Más vivo.
Y, sin embargo, algo estaba mal.
La habitación olía a papel viejo y a tinta seca, pero también a algo más, algo dulzón y rancio, como fruta demasiado madura. Era un aroma pegajoso, cargado, como si el aire llevara un eco de su propia descomposición.
El cabello del joven caía sobre su frente con un descuido estudiado, pero parecía absorber la luz en lugar de reflejarla. Sus dedos golpeaban el teclado con precisión mecánica, sin la más mínima pausa, sin los titubeos de un escritor real.
El anciano quiso hablar, pero el otro alzó una mano sin dejar de escribir. Un gesto firme.
Calla. Observa. Entiende.
La pantalla resplandecía con una luz mortecina, y las palabras aparecían sin pausa, esculpidas con precisión quirúrgica. Estaban describiéndolo a él.
"El viejo sintió la presión en el pecho, primero como una opresión sutil, luego como raíces de acero surgiendo de las paredes, aferrándose a su carne. La habitación se achicó, como si los muros respiraran con él, expandiéndose con cada latido errático. Su corazón, agotado de tanto latir por historias ajenas, supo que era el momento. Lo supo antes de que la sombra se alzara detrás de él. Lo supo antes de que el aire se le esfumara de los pulmones."
Un crujido resonó en la habitación.
No el de una silla moviéndose, ni el de una prenda rozando otra.
Era un sonido más húmedo, pegajoso, como carne separándose de los huesos.
El anciano sintió el golpe de la realidad desmoronándose a su alrededor.
¿Era esto un sueño? ¿Una pesadilla?
Intentó moverse, pero el aire se había vuelto espeso, denso, como si la atmósfera misma tratara de impedirle escapar.
Su otro yo seguía escribiendo con precisión inhumana, como si ya conociera cada reacción, cada estertor.
Por inercia, sus dedos encontraron la pluma rota en su bolsillo. Apretó el metal frío, un último vestigio de algo real, de un tiempo que ya no le pertenecía.
El cursor titiló.
"Lo supo antes de que su otro yo lo mirara por primera vez."
El joven se giró.
Su piel no estaba del todo equivocada, pero tampoco era del todo humana. Había algo extraño en su rostro, un matiz borroso en los bordes de su figura, como si no estuviera completamente sujeto a este mundo.
Pero lo peor fueron sus ojos.
No reflejaban la luz.
No parpadeaban.
No eran ojos de alguien vivo.
El anciano intentó retroceder, pero su cuerpo ya no respondía. El peso en su pecho se intensificó, el aire se tornó cuchillas en su garganta.
"La muerte llegó con el último golpe de tecla. Su cuerpo se arqueó, la conciencia resbaló como tinta derramada. Su última bocanada de aire fue una pregunta sin respuesta."
El cursor titiló una última vez antes de detenerse.
FIN.
La silla crujió cuando el joven escritor se inclinó hacia atrás, satisfecho.
Miró la pantalla unos segundos y después, con un gesto preciso, borró la última línea.
Y volvió a escribirla.
Algo crujió de nuevo.
El teclado seguía escribiendo.
El texto había cambiado.
Ya no era él quien lo escribía.
Pero la historia continuaba.
La pantalla parpadeó una vez, luego otra.
El anciano percibió un cambio, una presencia que antes no estaba allí… o que siempre había estado, esperando.
La silueta del joven tembló, como si fuera solo una imagen reflejada en una superficie líquida.
Por un instante, pareció aferrarse a la luz…
Y luego se desvaneció.
El anciano aún se reconocía a sí mismo.
Pero algo en él había cambiado.
"Siempre creí que escribir era un modo de burlar al olvido. Que cada palabra tallada en papel era un conjuro contra la nada. Pero ahora entiendo que la muerte también escribe. Y cuando llega, su historia es la única que prevalece."
"No temo al fin. Lo he escrito tantas veces que, en cierto modo, ya lo he vivido."
"Pero si me estás leyendo, si mis palabras aún respiran en otra mente… entonces, tal vez, no me he ido del todo."
En la pantalla, la frase se reescribió sola.
Una vez. Otra. Y otra.
"No me he ido del todo."
"No me he ido del todo."
"No me he ido del todo."
El cursor parpadeó.
La silla vacía.
El ordenador encendido.
El teclado… aún tecleando.
El anciano, o lo que quedaba de él, intentó hablar.
Pero no tenía boca.

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