Si esta noche pesa
como un recuerdo húmedo
y el silencio muerde las esquinas de tu cuarto,
piensa en mí,
en esta forma mía de abrazarte sin tocarte,
de enviarte un escudo hecho de bruma tibia
y aroma a refugio.
Hay un hilo que no se corta,
invisible como la pena
pero fuerte como la ternura bien dicha.
A veces soy esa voz que no llega,
otras, el susurro que apenas roza tu espalda
cuando el mundo se olvida de ti.
Yo también he temblado.
Yo también he esperado.
Yo también he llorado en voz baja
para no asustar la esperanza.
Por eso mi escudo tiene bordes de noche serena,
y lleva cosido el temblor que aprendí a convertir en calma.
Te lo ofrezco,
no como antorcha,
sino como esa chispa sutil
que no ilumina todo,
pero calienta el pecho.
Si la noche te encuentra sin defensa,
ciérrate al mundo un instante.
Déjame entrar con mi escudo imaginado,
déjame ser refugio en tu deriva.
Y si sueñas —aunque no me sueñes—
que alguien te cubre con un manto de aliento,
que alguien canta sin voz desde un rincón del alma,
estaré contigo,
aunque no me veas,
envolviéndote como un abrigo de humo y consuelo.
Nota:
Este poema nace como un gesto de abrigo hacia quien atraviesa sombras. Solo pretende ser presencia. Como quien se sienta a tu lado en la noche y no dice nada, pero no se va.
¿Te ha gustado esta entrada?
Deja una respuesta