Las palabras que nunca se fueron
Cuando era niño, escribir era mi refugio. Un espacio donde todo tenía sentido, donde las historias cobraban vida y el mundo parecía moldeable con cada palabra. Como si el universo fuera un enorme lienzo en blanco esperando a ser reescrito a mi manera.
Lo hice durante años, décadas.
Escribir era mi forma de aclararme. De poner en orden lo que, de otra manera, se me escapaba. Mientras otros niños soñaban con astronautas y estadios llenos, yo me encerraba con un cuaderno y dejaba que las historias hicieran el resto. No necesitaba moverme. En el papel, cualquier sitio estaba a un par de frases de distancia.
La realidad podía ser lenta, gris, a ratos aburrida. Pero en el papel no importaba. Allí todo encajaba, como si las reglas fueran otras y yo pudiera escribirlas a mi manera.
Pero la vida, con su talento para los giros inesperados, tenía un guion distinto en mente.
Cuando la escritura se convierte en un lujo
Con el tiempo, las palabras quedaron relegadas a un segundo plano. Había proyectos, responsabilidades, urgencias que parecían devorar cada minuto libre. Siempre había un “después” para escribir. Y lo peor de todo es que me lo creía.
"Cuando termine este trabajo, me pondré a escribir otra vez."
"Cuando tenga más tiempo, retomaré esa historia."
"Cuando el caos se calme, volveré a hacerlo."
El problema es que el caos nunca se calma. La vida es como una fila de supermercado: justo cuando crees que ya te toca, alguien aparece con un carrito lleno de imprevistos y te adelanta.
Y así, sin darme cuenta, los años pasaron. Los textos pendientes se acumularon en mi cabeza como correos sin leer y las palabras que antes fluían con naturalidad se convirtieron en ecos lejanos de algo que alguna vez fue importante. Hasta que un día, ya no hubo más caminos.
La enfermedad y la pausa obligada
Hace casi dos años, una enfermedad degenerativa me dejó atrapado en una cama articulada. De un día para otro, todo lo que me definía—mi independencia, mi trabajo, mis planes, mi rutina—se vino abajo. Como un castillo de cartas al que le soplas demasiado fuerte.
No fue solo dejar de moverme. Fue quedarme sin certezas, sin un suelo firme donde apoyarme. Los días dejaron de ser días y se volvieron algo más borroso, una suma de horas entre el dolor, los fármacos y la sensación de estar atrapado en un espacio cada vez más pequeño. Mi mundo, que siempre había sido enorme, se redujo a cuatro paredes y una mente que se negaba a aceptar que eso era todo.
Hubo momentos en los que sentí que todo se apagaba. Como si estuviera en pausa en una película donde todos los demás seguían moviéndose, avanzando, viviendo… y yo solo miraba desde la ventana de un tiempo detenido.
Y entonces, regresé a las palabras.
Porque cuando el cuerpo deja de moverse, la mente busca nuevos caminos. Y los míos siempre estuvieron ahí, esperándome en la tinta y en las teclas.
Descubrir lo que nunca se perdió
Cuando la vida se estrecha, cuando los días parecen reducirse a un ciclo monótono de espera y resignación, es fácil creer que lo que fuimos se ha desvanecido. Que las pasiones que alguna vez nos definieron ya no tienen lugar en esta nueva realidad.
Durante un tiempo, lo creí.
Pero la verdad es que la esencia de lo que somos no desaparece, solo se queda en pausa, esperando el momento en que volvamos a llamarla.
El instante en que todo hizo clic
No hubo una epifanía cinematográfica. Nadie irrumpió en mi habitación con un revelador discurso motivacional, ni las nubes se abrieron en el cielo con un mensaje divino en letras doradas. No. Lo que hubo fue una necesidad. Un vacío que no se llenaba con distracciones ni resignación, sino con la certeza de que aún tenía algo que decir. Empecé con otra página, de videojuegos (Nancogame), pero no me llenaba ni era algo mío. Sentía que necesitaba algo especial y que me representara.
Así nació IAdicto Digital. No como un plan meticuloso, no como una estrategia, sino como un acto de supervivencia.
Porque cuando todo se detuvo, escribir fue lo único que siguió moviéndose.
No era solo una forma de ocupar el tiempo. Era recuperar el control sobre algo que ninguna enfermedad podía arrebatarme. Era recordar que, aunque mi cuerpo se sintiera atrapado, mi mente aún podía recorrer cualquier camino que quisiera.
Y eso, en sí mismo, era una pequeña forma de libertad.
Un universo dentro de una página
Aquí puedo volcar todo lo que sé, lo que aprendo, lo que me despierta curiosidad y lo que me indigna. He recuperado el placer de jugar con las ideas, de darles forma, de abrir debates que van más allá de las cuatro paredes que me rodean.
Pero, sobre todo, aquí he vuelto a sentir que hago algo que realmente importa. Que, aunque el mundo físico se haya vuelto más pequeño, el de las ideas sigue siendo infinito.
Y lo mejor de todo es que no estoy solo.
La puerta que siempre estuvo ahí
Este blog no es solo una página en internet. Fue la puerta que apareció cuando todas las demás se cerraban. Y cuando la crucé, cuando volví a escribir sin miedo, sin expectativas, descubrí que al otro lado no había solo un eco vacío. Había voces que escuchaban, que respondían, que compartían su propia historia entre líneas.
Porque escribir nunca ha sido un acto solitario. Es un puente. Y yo, sin darme cuenta, había vuelto a construir uno.
Bloguers.net: Encontrar comunidad en lo inesperado
Cuando llegué a Bloguers.net, no sabía qué esperar. No buscaba reconocimiento, ni grandes audiencias, ni la validación de números y métricas. Solo quería escribir. Dejar mis palabras en algún sitio y ver si, al otro lado de la pantalla, alguien escuchaba.
Pero encontrar una comunidad cuando no la estás buscando tiene algo de mágico. Es como entrar en una casa ajena esperando ser un extraño y, de repente, darte cuenta de que ya hay un sitio preparado para ti en la mesa.
Las palabras que no se pierden
Lo que encontré en Bloguers.net fue algo que va más allá de una plataforma. No era solo un lugar donde publicar y ver si el algoritmo tenía piedad. Aquí las palabras no se quedan flotando en el aire. Encuentran eco, respuesta. La gente no solo lee, sino que dialoga, comparte, deja su propia historia entre líneas.
Escribir, al final, es un acto solitario. Pero compartir lo escrito cambia todo: convierte el silencio en conversación, el pensamiento en encuentro. En Bloguers.net, esa conversación nunca se siente forzada ni artificial. No es un aplauso automático ni un “like” sin alma. Es gente que realmente lee, que se toma el tiempo de comentar, de recomendar, de decir: “Esto me llegó”, “Esto me recordó a algo”, “Esto me hizo pensar.”
Y eso, viniendo de donde venía, significó mucho más de lo que creí posible.
El eco de las palabras y la calidez de sentirse acogido
Cada comentario, cada interacción ha sido un recordatorio de que, incluso en los momentos en los que la vida nos aísla, siempre hay formas de conectar. Que la escritura no solo sirve para expresarnos, sino para tender puentes.
Pero hay algo más profundo aquí: la sensación de ser acogido. No era solo publicar. Era sentir que al otro lado había una puerta abierta, alguien que me leía y me hacía espacio en su mundo.
Porque hay días en los que el mundo se encoge, en los que el silencio pesa como una piedra y la distancia parece imposible de salvar. Y, sin embargo, ahí estaban esas respuestas, esos nombres familiares que vuelven, que comentan, que dejan su propia historia entre líneas. Como un eco que responde:
"Te leo. Estoy aquí."
Más que apoyo, una certeza
A quienes habéis pasado por aquí, leído, comentado, compartido, gracias. No es solo apoyo, es algo más grande: es la certeza de que, a pesar de todo, seguimos creando juntos.
Un mes y toda una vida por delante
Este blog no es solo un proyecto. No es solo una idea lanzada al aire para ver si encuentra su lugar. Es una forma de seguir adelante cuando parecía que no había más caminos.
Porque escribir no me cura, pero me da fuerzas. Me devuelve el control de algo que creía perdido y me permite construir, aunque sea con palabras, nuevos caminos. Y no caminos metafóricos, no frases bonitas para adornar la realidad. No. Me refiero a algo más tangible: a recuperar un propósito, a sentir que cada texto publicado es un acto de resistencia contra la idea de que todo se detiene cuando el cuerpo lo hace.
Seguir en movimiento, aunque sea con palabras
Siempre he escrito. Desde niño. Cuando aún no tenía claro quién era, pero sí sabía que en el papel podía serlo todo. Y ahora, en este presente que jamás imaginé, escribir sigue siendo lo que me mantiene en movimiento incluso cuando mi cuerpo no puede hacerlo.
Porque las palabras tienen esa capacidad única de trascender lo físico. No necesitan piernas para llegar lejos, ni brazos para construir. Son, en sí mismas, una prueba de que seguimos aquí.
Y cada palabra que dejo en este blog es eso. Una afirmación. Un paso más. Un mensaje claro de que sigo, de que esto es solo el principio.
Gracias por estar aquí
Este blog ya tiene su primer mes de vida. Si has llegado hasta aquí, gracias. De verdad. Gracias por caminar conmigo, por hacer que cada palabra tenga un destino y no se pierda en el vacío. Porque escribir nunca ha sido solo llenar páginas, sino encontrar a quienes quieren leerlas, a quienes hacen de esto un diálogo y no un monólogo.
No sé a dónde llevará este camino. No sé qué historias vendrán, qué textos escribiré, qué conversaciones nacerán en los comentarios. Pero lo que sí sé es que, por primera vez en mucho tiempo, no me siento perdido.
Porque escribir no es solo contar historias.
A veces, es volver a encontrar la nuestra.
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