No soñé con la muerte. Soñé con el después. Con ese eco que queda cuando ya no hay nadie para oírlo.
Era viejo. O lo parecía. No solo por el cuerpo, sino por la urgencia. Por esa sensación inquietante de haber llegado tarde a mi propia vida. En el sueño no había relojes, pero cada imagen parecía gritar: ya no te queda tiempo. No era miedo, no del todo. Era otra cosa. Una especie de abandono sin drama. Como si el universo me estuviera diciendo: “ya no hace falta que corras, porque no hay nadie esperándote”.
Y, sin embargo, justo detrás de ese silencio abismal, apareció lo incomprensible. Una imagen sin contornos. Un vértigo sin altura. Como si la mente, al rendirse, accediera a una zona donde ya no existía ni el lenguaje, ni el yo, ni el tiempo. Ahí desperté. O me expulsaron, quién sabe.
Hay sueños que no se disuelven con la luz. Se quedan ahí, en el fondo del pensamiento, como un animal que duerme con un ojo abierto.
El hueco que deja lo que nunca fue
No fue una pregunta lo que surgió al despertar, sino una certeza muda. No me inquietaba si alguien me recordaría, ni si quedaba algo por cerrar. Lo desconcertante era que ya no había nada que alcanzar. Ninguna historia pendiente. Ningún propósito esperando cumplirse.
Lo insoportable no era la pérdida, sino la inutilidad de cualquier intento.
Hay una forma muy específica de vacío que solo aparece en ciertos estados: ni tristeza, ni soledad, ni desesperanza. Es otra cosa. Como si algo se rompiera en lo más profundo de la estructura narrativa que usas para explicarte el mundo.
Porque eso es lo que hacemos: contar historias. Nos contamos una y otra vez quiénes somos, qué queremos, hacia dónde vamos. El relato da forma a la identidad. Y el miedo no es tanto a fracasar, sino a no tener ya ningún marco en el que fracasar.
El miedo, tal vez, es intuir que no hay capítulo final. Solo un corte.
La urgencia no viene del tiempo que pasa, sino de la certeza de que ya no hay dirección.
Creer, no creer, no poder saber
Debe de ser reconfortante tener una fe tan sólida que no necesites preguntarte qué hay más allá. O una racionalidad tan afinada que no dejes espacio para fantasías. Pero ¿y si estás en medio? ¿Y si no te convence ni el cielo… ni la nada?
Y si, al final, todo lo que nos queda es esto: la duda como forma de compañía. La pregunta como único lugar habitable.
Hay algo profundamente humano en la incertidumbre. Nos moldea más que las certezas. Nos obliga a buscar sentido incluso cuando sabemos que no hay manual. Y lo hacemos con palabras, con arte, con sueños como este que no dicen nada pero lo dicen todo.
No busco respuestas. Solo una forma de sostener la pregunta sin que me abrase las manos. Sin que se convierta en obsesión… o en resignación.
Porque cuando uno sueña con el final, no sueña con la muerte. Sueña con la posibilidad de que la identidad se disuelva como una voluta de humo, efímera, sin origen claro. Como si nunca hubiera tenido sentido ser alguien.
Las emociones sin nombre
Lo más desconcertante del sueño no fueron las imágenes. Fue lo otro. Eso que no encaja en ninguna palabra. Eso que no viene en los manuales.
Desde que desperté, intento traducirlo. Abro diccionarios mentales, recorro sinónimos como si fueran pasillos mal iluminados. Pero no están. No se dejan nombrar.
Y quizá eso sea lo más valioso de todo.
O lo que da más miedo.
Tal vez hay cosas que no vinieron al mundo para ser explicadas, sino solo para ser sentidas.
Como el vértigo de no saber si estás cayendo… o despertando. Como ese instante donde el yo se disuelve y uno no sabe si sigue siendo alguien… o se ha convertido ya en otra cosa. O en nadie.
¿Qué soñamos cuando sentimos que no queda tiempo?
¿Es este vértigo el umbral de algo… o solo el eco final de una conciencia que se apaga? ¿Persistimos como una forma distinta, una vibración, una sombra del recuerdo de lo que fuimos? ¿O nos disolvemos del todo, dejando solo el silencio?
Tal vez no haya respuesta. Pero si alguna vez has soñado algo parecido… si alguna vez sentiste que el tiempo ya no te esperaba…
Te invito a dejarlo aquí abajo. No para explicarlo. Solo para no soñarlo a solas.

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